Pocos ciclistas hay más oportunistas que Simon Gerrans. Profesional tardío, llegó a Francia desde las antípodas con casi 25 años, a rueda de compatriotas pioneros que mostraban al ciclismo europeo que allí, down under, había tipos con agallas y talento para estar en la primera fila del ciclismo mundial. Inspirado por el mítico Phil Anderson, y detrás de tipos rápidos y duros como Stuart O’Grady o Baden Cooke, que lideraban equipos franceses en su asalto al maillot verde del Tour, Gerrans consiguió hacerse un hueco en el Ag2r de Vincent Lavenu, que enseguida vio que el chico era bueno y lo metió en el equipo del Tour en su primera temporada.

Gerrans progresó a la par que sus paisanos aussies y ganó etapas en las tres grandes vueltas, siempre resolviendo fugas de mucho nivel con una mezcla de velocidad y la pillería propia de un aventurero que se ha tenido que buscar la vida para progresar en la vida, y ahora lidera un equipo de su país, el GreenEDGE. Un equipo que, cumplidos tres meses de su primera temporada de existencia, es el primero de la clasificación mundial de la UCI. Gerrans también es el número uno después de ganar su primer monumento, la Milano-Sanremo. Lo ha conseguido a su manera, la única que podía darle la victoria, apurando el rebufo de esa motocicleta a pedales llamada Fabian Cancellara y superándole al final.

Gerrans gana la Sanremo 2012

Gerrans celebra su triunfo en la Classicissima

La carrera, manteniendo el guión de los últimos años, ha sido fantástica. Pelotón lanzado a mil por hora desde la cima del Turchino, sumando una velocidad diabólica a ese eterno kilometraje que convierte la Sanremo en lo que es, la Classicissima. Los equipos más ambiciosos, encabezados por Liquigas y BMC, pusieron un ritmo endiablado para que la subida al altiplano de Le Manie, cada vez más decisiva en el desarrollo táctico de la carrera, eliminar a Mark Cavendish. Objetivo número uno cumplido. El actual campeón del mundo cumple una paradoja nociva para una carrera prevista para un desenlace al sprint: parte como máximo favorito pero es el candidato más fácilmente eliminable. Tomen buena nota para la cita olímpica de Londres.

De retorno a la Via Aurelia, carrera eterna en el pelotón para ocupar siempre sus posiciones cabeceras con el único objetivo de evitar las caídas que esa misma actitud provoca y de entrar bien colocado al tramo decisivo de la carrera, ese que va de la cima de la Cipressa al paseo marítimo Italo Calvino de Sanremo. Justo antes se había caído un Phillipe Gilbert que parecía estar recuperando sus sensacions y había atacado Johnny Hoogerland, que no entiende de acotamientos tácticos ni sabe que la Cipressa, si tiene que decidir algo, lo hará en su revirado descenso. No ha sido así.

Algo parecido pasa con el Poggio, dónde el pirado holandés volvió a la carga sin éxito. Antes lo habían intentado el cántabro Madrazo y un gran Valerio Agnoli, el gregario que mejor refleja la imagen de su líder, un Nibali fuerte y voluntarioso, con una pasión extraordinaria por su deporte y todos los escenarios míticos de éste en su país, que ya le han visto como protagonista. El tiburón ha vuelto a serlo en un terreno teóricamente vedado a ciclistas de su condición vueltómana y ha iniciado el movimiento decisivo de la carrera, un ataque que a la postre ha dejado sin opciones la mejora bala de su equipo, un Peter Sagan que encabezaría el sprint del grupo perseguidor. A la rueda del siciliano se ha pegado Gerrans y por detrás ha entrado en erupción el volcán Cancellara, que despegaba al trío de un pelotón hecho trizas.

El Katusha de un Freire como de costumbre sigiloso pero siempre en su sitio ya se había organizado para conseguir el póker del fenómeno cántabro, pero Cancellara tenía otros planes. Con el suizo ocurre que es un ciclista de época, de los que sale uno cada muchas generaciones, pero de otra época. En otros tiempos, de ataques lejanos y maratonianas cabalgadas, su palmarés hubiese sido todavía mayor. Porque es el más fuerte sin discusión. Su poderío físico sin igual le permite, cuando está en forma, romper el orden de cualquier carrera. Pero su margen de maniobra es mínimo. Todo el mundo sabe que si Cancellara se va unos metros en solitario, se aleja hasta desaparecer hasta la meta. Así que Espartaco, preso del marcaje de quienes pueden sostener su ritmo, no tiene otra que parar y perder, o seguir hasta el final y -desde la Classicissima del año pasado- ser segundo. Perder? Sí, pero ganándose un hueco cada vez más grande en el Olimpo ciclista de nuestras mentes.

El hueco en el palmarés es para un Gerrans que da el salto a ciclista de élite mundial, el último salto de un corredor, de un equipo, de un país y de una cultura –la anglosajona- que se han convertido en primera potencia de este deporte.