(Foto: © Riccardo Scanferla)

Uno de los fenómenos más maravillosos del ciclismo ha vuelto a suceder este año. El maillot arcoíris y su carrera, el Mundial de fondo en carretera, han conseguido que esta fiesta del deporte haya brillado con más luz que nunca en una de las semanas más turbulentas de los últimos tiempos. La carrera de Geelong ha tenido todo lo que se le puede pedir a esta competición, además del colofón de un campeón del máximo nivel y a la altura de la historia de esta carrera legendaria. No es arriesgado decir que este Campeonato del Mundo es el reencuentro del ciclismo consigo mismo, la conjunción de todo lo bueno que este deporte, con tantas maravillas como pesadillas, ofrece a su aficionado.

Como es menester en un Mundial, muy pronto se formó la fuga que lideraría la carrera durante la mayor parte de su recorrido. Eran Diego Tamayo (Colombia), Brammeier (Irlanda), Jackson Rodriguez (Venezuela), Kvachuk (Ucrania) y Mohammed Said Jelammoury (Marruecos), con el serbio Esad Hasanovic sin poder conectar por detrás, desterrado en tierra de nadie. La escapada fue ganando terreno con facilidad durante el camino entre Melbourne y Geelong, antes del recorrido urbano final, hasta que llegaron a los 23 minutos de ventaja justo en la primera vuelta en Geelong. En ese momento estuvo a punto de producirse una circunstancia insospechada: los escapados se quedaron a dos minutos de doblar al pelotón. La selección belga se puso a tirar a tiempo y salvó a la carrera del surrealismo.

La ventaja fue disminuyendo paso a paso hasta que a falta de cinco vueltas para el final se iba a producir un movimiento importante: en la subida al segundo repecho del circuito, los italianos aceleraron la carrera y formaron un corte en el pelotón. Por delante se quedaron 32 corredores, entre los que estaban Pozzato, Gilbert, Evans, Boasson Hagen, Nibali, Greipel o Roche, además con abundante compañía de gregarios. Por detrás se había quedado Freire, pero también Samuel y Luis León Sánchez; eran Barredo, Plaza y Zubeldia, ciclistas sin peso para pensar en la victoria, los filtrados. Eran problemas para España.

La ventaja llegó muy pronto al minuto y no quedó más remedio que sacrificar a Samuel y Luis León. Mientras que el ovetense apenas duró en la cabeza del grupo, el trabajo del murciano fue más notorio y acercó algo al pelotón, aunque estaba claro que no era suficiente. Durante un par de vueltas se mantuvieron las diferencias, hasta que a dos y media del final, Nibali, siguiendo la estrategia pirotécnica del debutante Bettini, se fue en cabeza de carrera, ya cazado el superviviente Kvachuk. El movimiento del ganador de la Vuelta redujo el grupo a unas diez unidades, pero no se conformó con eso y volvió a atacar en la siguiente subida.

Esta vez Il Squalo se fue solo hasta que vio que quedaba mucho camino y que sería mejor esperar. Llegaron hasta él Anker Sörensen, Serpa, Visconti y Moerenhout y por detrás se quedó un grupo liderado por Gilbert y sin la presencia de los tres españoles. ¿Dónde estaban? Por fin, detrás. Con la ayuda de rusos y eslovenos, Barredo empezó a recortar drásticamente diferencias. Su trabajo fue espectacular, pero parece imposible que hubiera tenido los mismos efectos si el grupo de 32 se hubiera mantenido compacto. Italia, que había provocado el corte y conseguido su objetivo de endurecer la prueba, fallaba por regodearse en su lucimiento. A vuelta y media del final, la carrera se reagrupaba.

Bélgica lo volvió a intentar y Leukemans hizo saltar por los aires al pelotón lanzando a Gilbert. Les siguieron Pozzato, Evans y Kolobnev. No se entendieron y el pelotón los volvió a absorber antes de que sonase la campana de la última vuelta. Después de tantas cosas, se llegaba a los últimos 15 kilómetros con un grupo de 40 ciclistas para jugarse la victoria. Quedaban dos subidas y estaba claro que Philippe Gilbert, la viva imagen de la valentía sobre la bicicleta, atacaría.

(Foto: © Graham Watson)

Lo hizo en la penúltima subida. Por sus ataques lo reconocerás: Gilbert soltó una arrancada terrible que le lanzó en solitario y que enseguida le abrió un hueco prometedor. Por detrás reaccionó Evans, gigante en la defensa en casa de su arcoíris, junto a Kolobnev, Schleck, Sörensen, Leukemans y Martens. Pozzato lo intentó pero fue incapaz. Mientras el valón alcanzaba los veinte segundos de ventaja, sus perseguidores se movían en la última subida del Mundial. Gilbert mantenía las distancias: su forma de pedalear, absolutamente poderosa, apestaba a ganador.

Pero aún quedaban seis kilómetros llanos hasta la meta y ya eran 260 los que tenían en las piernas. De repente, Gilbert empezó a acusar toda la fatiga y a ver cómo su ventaja iba descendiendo. A la vez el pelotón -es un decir: habría unos veinte ciclistas- renacía y neutralizaba primero al grupo perseguidor y después al que había sido el ciclista más fuerte de la prueba. Iba a haber sprint. Y Óscar Freire estaba en el grupo, como tantas veces.

El tricampeón no había aparecido por los puestos delanteros en ninguna de las muchas subidas, lo que no dejaba de ser una mala señal. Pero ahí estaba, avanzando posiciones al olor de la meta. Gusev, Brajkovic y Terpstra protagonizaron los intentos de romper el sprint, pero ninguno de ellos era Fabian Cancellara, que perdió contacto con el grupo en el penúltimo giro. Chris Anker Sörensen lideraba el grupo como hiciera en Varese y, a 200 metros de meta, Van Avermaet lanzó el sprint.

Freire inició la volata sobre la décima posición, a rueda de Gilbert. No era ni la rueda ni la posición, probablemente porque no era el día del cántabro. Hushovd y Breschel le tenían cogida la rueda a Van Avermaet y cada uno se abrió hacia un lado del flamenco. Mientras que inicialmente Breschel salió más rápido por la derecha, Hushovd remontó por la izquierda, pegado a la valla, y batió a todos sus rivales en un sprint de genio de este deporte.

(Foto: © Luca Bettini)

La plata fue para Breschel, su segunda medalla mundialista, y el bronce para el local Allan Davis, que lo aguantó sobre la línea ante la progresión de Pozzato, mal colocado. Freire fue sexto, avanzando en los últimos metros. La gloria se iba hasta Noruega, un país sin tradición ciclista -aunque sí deportiva- que ha dado a un gran campeón. Thor Hushovd corría sin el apoyo de una selección potente en Geelong, como lo hacía en sus tiempos en el Crédit Agricole, cuando era cabeza, corazón y piernas de este modesto equipo francés.

La victoria de Hushovd es justa por su olfato, por su magestuoso sprint y porque culmina la carrera de uno de esos ciclistas que dignifican su profesión cuando se montan en la bicicleta. En ese sentido, es un magnífico sucesor para Cadel Evans, que esta temporada ha protagonizado la mejor defensa del arcoíris de los últimos tiempos. Hushovd también paseará con el orgullo de un héroe de este deporte el maillot más especial que existe, y hoy mismo ha anunciado que su gran objetivo como campeón del mundo es ganar en Roubaix. Lo consiga o no, desde aquí nos ponemos en pie con Hushovd, con Gilbert y con el espectáculo que nos ha dado el Mundial de Geelong, inolvidable para los aficionados. ¡Viva el ciclismo!

David Vilares