Una de las mayores críticas que suele recibir la Milano – Sanremo es su típica resolución final. Para mucha gente, es indigno que un Monumento se juegue en un sprint de entre 20 y 50 corredores, usando como argumento “el sprint es una lotería y un Monumento no debería de jugarse a la lotería”.
Independientemente de los gustos personales de cada uno, el sprint es una suerte como cualquier otra del ciclismo. Hay corredores que suben mejor que otros, otros que tienen una mayor punta de velocidad en finales en cuesta, están los que pasan los adoquines como si las vibraciones no les afectasen, incluso están aquellos que se crecen ante los adoquines en ascensión. También están los grandes rodadores, y por supuesto, los sprinters. Si el resto tienen su Monumento, ¿Por qué no tienen que tener la posibilidad de ganar uno un sprinter?
El sprint es una suerte tan espectacular, e incluso en algunas ocasiones superior, al resto de disciplinas. Ver el trabajo organizado de los equipos para poder imponer su fila y dejar en la mejor posición posible a su sprinter. Una lucha cuerpo a cuerpo entre varios coequipiers que no ceden ante nada ni ante nadie, como ejemplo aquellas imágenes en el Tour del 2010 de Renshaw y Dean. Ver el trabajo, como maquinaria perfecta de equipos como Saeco y su treno a Cipollini, Fassa Bortolo para Petacchi, el trabajo de HighRoad y sus mil acepciones, ya fuese para Cavendish como para cualquier otro sprinter del equipo, funcionando como si de un reloj suizo se tratase. Un espectáculo digno de ver y de elogiar.
Aún así, la Milano – Sanremo no suele decidirse con la lucha de un equipo contra otro para lanzar a su favorito, sino en muchas ocasiones como un lucha cuerpo a cuerpo entre los hombres rápidos del pelotón, sin ningún escudero que lo deje a 150 o 200 metros de meta listo para rematar. Y es que, la resolución tras pasar el encadenado Cipressa – Poggio, más los más de 290 kilómetros recorridos suele concluir con no demasiados efectivos de los diferentes equipos en el grupo final. Es complicado que más de 2 corredores suelan estar disponibles para trabajar para su líder. Así a bote pronto, desde la victoria de Mario Cipollini en 2002 cuando competía en Acqua & Sapone, no hemos vuelto a ver a tanta gente de un mismo equipo preparando el sprint.
Como decíamos, otra de la críticas que se hacen a la Classicissima es que es una lotería. Una lotería donde los boletos suelen estar repartidos en muy pocas manos. Sin ir más lejos, en el S. XXI los vencedores han sido Erik Zabel, Mario Cipollini, Paolo Bettini, Oscar Freire (3), Alessandro Petacchi, Filippo Pozatto, Fabian Cancellara y Matthew Goss. Si exceptuamos al australiano, con toda una carrera por delante, estamos hablando en su mayoría de la creme de la creme entre los velocistas de este siglo o en su defecto de grandísimos campeones. Mientras, en otros Monumentos “más selectivos” hemos visto ganar a Nick Nuyens, Stijn Devolder (2), Steffen Wesemann, Johan Van Summeren, Magnus Backstedt, Servais Knaven u Oliver Zaugg, por ejemplo.
Desde Cobbles & Hills rompemos una lanza en favor de la Classicissima. El Monumento al Sprint. El Monumento de los Hijos del Viento. Además, ¿Quién puede hablar de suerte y de lotería cuando un corredor ganó en 7 de las 11 ediciones que disputó? Por supuesto, estamos hablando de Eddy Merckx. ¿Había alguna duda al respecto?