En la tercera etapa de la París-Niza de 1988 con final en Mont Faron, Sean Kelly (KAS-Mavic) llegaba segundo tras Andy Hampsten (corriendo para el 7-Eleven Cycling Team con el que luego ganaría el Giro de Italia). Aventajaron a los otros outsiders al triunfo en la ciudad costera, como Simon, Ronan Pensec o Julián Gorospe, en un buen puñado de segundos, ya sabía que estaba a su alcance. Cinco segundos de diferencia entre él, segundo en la general entonces, y Sean Yates, líder gracias a una cabalgada en la primera etapa, sabía que no serían nada a posteriori. Y no lo fueron. Porque al día siguiente Yates se descolgó camino de Saint Tropez, perdiendo toda opción al triunfo final. El irlandés, que tenía en la Course au Soleil algo más que un objetivo, la historia del ciclismo, solo tuvo que confirmar en la cronoescalada a Eze lo que había demostrado los seis años anteriores: que la París-Niza era, y aún sigue siendo, “su” carrera.
Hasta siete fueron los años (desde 1982, corriendo para el Sem-France Loire, hasta el 88) en los que, de forma consecutiva, el campeonísimo irlandés consiguiera encontrar en Niza no solo el sol, sino un triunfo que fue labrando, junto con las clásicas, uno de los palmareses más lustrosos de la historia del ciclismo. Sean Kelly (Carrick-on-Suir, Irlanda, 1956) es, si no el que mejor, uno de los grandes ejemplos de que el ciclismo no es concurrente. No hay coincidencias. Que cuando eres de los mejores de la historia, alguien imbuido en el espíritu del Flandria-Velda, te gusta una carrera y tu equipo apuesta porque la ganes, lo más probable es que lo hagas. Quizás no hasta siete veces seguidas, sumadas a trece victorias parciales. Pero esa es otra cuestión.
Las victorias de Kelly en Niza están plagadas de momentos que, de modo ulterior, llevarían consigo una victoria en la general de la carrera hacia el sol. La primera de ellas fue una lucha a cuerpo con el Peugeot de Roche, Duclos-Lasalle, Anderson, Simon y Laurent, rematando su primera victoria en Niza gracias a la doble victoria del último día -un clásica para el isleño-: al sprint en el sector matinal, y también en la cronoescalada a Eze de la tarde, donde aventajó a Gilbert Duclos-Lasalle en una cuarentena de segundos. Mucho más que suficiente. Un año más tarde, tras perder casi minuto y medio entre una caída en la primera etapa, y la crono por equipos, consiguió, también en Eze, pero esta vez ante Joop Zoetemelk, imponerse en la crono final de la carrera.
1984, año de la vuelta de Bernard Hinault -que no corrió las ediciones anteriores por desavenencias del Renault con los organizadores-, es uno de los más recordados de la historia de la carrera. Camino de La Seyne sur Mer, El Tejón, en uno de esos ataques de romper y no mirar atrás, se encontró contra -nunca mejor dicho- un grupo de manifestantes. Su frustración le hizo arremeter contra ellos. Aquel instante, clave para el devenir de la carrera, serviría como aliado para Kelly -ya en el Skil-, quien, otra vez en Eze, mantuvo a raya a Hinault y a su compatriota Stephen Roche. Ya llevaba tres. Le quedaban cuatro más.
En esa misma ascensión, la que será también juez de la carrera en 2012 con otra cronometrada, Kelly no pudo en el 85 seguir con el mismo guión, el de vencer tanto el sector b vespertino como en la general. Pero su regularidad, los problemas de Laurent Fignon y el bajón de Phil Anderson (Panasonic) aquel último día, le hicieron conseguir su cuarta París-Niza consecutiva. Superaba en triunfos seguidos a Eddy Merckx (igualaba en totales a Zoetemelk) y se quedaba a uno del récord de triunfos, que ostentaba Anquetil con cinco.
De un modo imperial, al inicio de una de las mejores primaveras que se recuerdan (victorias en la Classicissima, París-Roubaix, Volta o Itzulia, podium en la Vuelta, amén de otros triunfos parciales y otras carreras de un día), Kelly, líder del KAS ya en el 86, hizo sucumbir a esa pléyade de líderes que frecuentaron una París-Niza inusual por la cantidad de montaña. Victoria tan clara la de esa edición como injusta la del 87, conseguida a base de bonificaciones (un arma obvia gracias a su condición de hombre -muy- rápido), pero sobre todo gracias a la mala suerte de su compatriota Roche, por entonces líder del Carrera, que por un pinchazo en un momento clave perdió la ventaja adquirida los días anteriores.
Todas estas victorias más la narrada al principio -la última en orden cronológico-, suman hasta siete triunfos. El fetichismo de Sean Kelly con la Ruta hacia el Sol reunió, durante esos siete años sin interrupción, a un corredor perfecto para esa cita, en forma siempre para ganar (similar condición y aptitudes las que junta Alejandro Valverde), con equipos con intereses en la carrera (no como el PDM, que le hizo cambiar por la Tirreno-Adriatico en 1989), y una pequeña porción de suerte (como en el 84 y en el 87). La voluntad de querer ganar, y deslumbrar en una de las más prestigiosas carreras por etapas, sumada a estos factores tuvieron como resultado un récord único e inigualable en el ciclismo que ahora conocemos.
Un hecho, el ganar tantas veces una carrera de forma consecutiva, que pocas veces se ha vuelto a repetir. Miguel Indurain y Lance Armstrong en el Tour o, de modo más casero, Jens Voigt en el Criterium Internacional, Alessandro Petacchi en los Etruscos o David Moncutie con la típica etapa de montaña de la Vuelta y el maillot de la disciplina, son los últimos casos a tener en cuenta. Lo malo de estas gestas, que lo hay, es que hay que esperar a que surjan. Porque el fetichismo no es concurrencia; se trabaja y se llega hasta él apostando, como Sean Kelly hizo durante siete años desde París hasta Niza llegando siempre el primero.
Gran artículo si señor…
Por fin sacaste tiempo para hacer este artículo pendiente. ¡Enhorabuena, Cepe!
Sí, chavales. No con el tiempo suficiente para hacerlo de 10, pero al menos salió algo digno creo.