Por su naturaleza itinerante, los Mundiales de ciclismo presentan cada año circuitos con diferentes características dependiendo del relieve, el clima o la altitud de la localidad que acoge la carrera. En el caso del ciclocross, está circunstancia se ve, si cabe, acentuada. En esta edición, los participantes se encontrarán un circuito atípico, muy diferente al de las ediciones de Tabor y Sankt Wendel, en el que las dunas que plagan el recorrido de principio a fin dictaminarán los futuros poseedores del maillot arcoiris.
El escenario del campeonato mundial de este 2012 tendrá una longitud total de 2.930 metros. Tras la recta de salida y llegada, lógicamente asfaltada, los corredores se encontrarán con una parte inicial, de unos 800 metros, muy sencilla, en la que discurrirán por un tramo pradera con un desnivel prácticamente llano y ligeramente favorable al final. Además, hay un corto trayecto de enlace que también está asfaltado. Este apacible terreno solo se ve interrumpido por un pequeño montículo arenoso como único obstáculo, que actuará como preludio de lo que vendrá más adelante.
Y es que tras el primer paso por la zona de boxes, el circuito entra en por primera vez en Herygersduin, donde los crossers deberán poner pie a tierra irremediablemente por la pesadez de la arena y por lo ondulado del tramo, que además se encuentra inclinado como si de un velódromo se tratara. Una rampa artificial separa la arena de la pradera, por la que vuelve a la carrera discurre de nuevo, aunque por poco tiempo. Tras una recta de algo más de un centenar de metros, la arena vuelve a tomar protagonismo en dos subidas (una más larga, la otra un simple montículo) consecutivas, que desembocan en de nuevo en otro tramo asfaltado. Ecuador del circuito.
Es allí donde se empieza el retorno a Herygersduin, rampa, pie a tierra y segundo paso por zona de boxes, esta vez en sentido contrario. Aunque antes, en lugar del corto tramo de camino rodado sobre la hierba, los ciclistas pasarán una duna artificial que les obligará de nuevo a tomar la bici al hombro, y que será nombrada, a posteriori, con el nombre del vencedor de la prueba élite el domingo.
Solo queda un lugar ya para romper la carrera a partir de entonces, el arenal de Hoge Blekke. Tras un pequeño enlace de hierba y asfalto a partes iguales, una pared blanca polvorienta marca la entrada a la duna. Los ciclistas se ven obligados de nuevo a andar con su bicicleta a cuestas, al menos en su parte alta hasta que comienza un corto, pero peligroso descenso sobre arena que lleva a los participantes a los últimos 400 metros del circuito de pradera y cemento, totalmente llanos, en los que no se podrá dirimir más que una victoria al sprint si no llega un corredor en solitario.
Pero si en una modalidad ciclística es tan importante el circuito como la climatología, esa es el ciclocross. La temperatura, como es habitual, será baja, y rondará los 5ºC en las pruebas de categorías inferiores y los 3ºC en las carreras clave del domingo. Llevando también la contraria a lo acaecido los años anteriores, la lluvia hará acto de presencia, si no durante las carreras, sí a lo largo del fin de semana. Se espera que esta madrugada comience a llover intermitente que dejará las partes de pradera del circuito bastante más pesadas de lo que estuvieron durante la prueba de Copa del Mundo disputada allá por noviembre. Aunque (seguramente) respetará las carreras, el sábado por la tarde-noche de nuevo descargará agua sobre el pueblo costero belga, dejando el circuito en las mismas condiciones, sino peores, a féminas y élites. En definitivo, un circuito aún más duro y un acicate más para el espectador.