No corren buenos tiempos para el ciclismo. Lo sabemos, y Borja Cuadrado nos lo está contando con frecuencia, con muchos matices y una perspectiva no obstante muy positiva, en su Ciclismo al Cuadrado. Hemos pasado del mainstream más productivo y efectivo en lo económico, al casi mendigar. De las loas y alabanzas a deportistas que hacían sentir antes en comunión a un país y, no nos sintamos especiales, a muchos otros también. Pero lo que muchos países conservan, el culto a un deporte y a una forma de entenderlo, nosotros lo hemos perdido. En su sentido más genérico, sí, pero lo hemos perdido. Ya no son, para muchos, deportistas, sino otra cosa. Vicios. Es el momento de hacerse fuertes. Os voy a contar por qué queremos o, más bien, por qué debemos querer a gente como Johnny Hoogerland.
El ciclismo es espectáculo y sufrimiento a partes iguales. Es lo que ha sido siempre y es el poso que siempre nos queda. Disculpadnos a los que siempre vemos el vaso medio lleno, pero evitamos quedarnos con lo malo, siempre útil para saber cómo y por dónde mejorar, para ensalzar lo bueno. El ciclismo es espectáculo y sufrimiento, reitero. Es lo que engancha a la gente. Un esfuerzo cercano al límite u otro que lo ha pasado y se convierte en épica o un recuerdo para la posteridad. Porque es victoria o derrota. A veces da igual, porque invariablemente puede ser espectáculo. El ciclismo es así; siempre recompensa a los que más dan al público.
Desde antes que esto que hoy llamamos Cobbles & Hills naciera, crecía entre los que creamos esta publicación un profundo hamor (sí, en este caso va con h) por un neerlandés de instintos tan pro-espectáculo como suicidas (en lo deportivo). No es que Johnny Hoogerland (Yerseke, Países Bajos – 1983) fuera un completo desconocido durante el final del verano y principio del otoño de 2009. Había ganado un parcial y la general de la Driedaagse van West Vlaanderen en marzo, además de completar una más que buena temporada de clásicas. Lo que ocurre es que el calendario de su anterior equipo, el Van Vliet – EBH Elshof, no era como para lucirse. Y Johnny tenía piernas para hacerlo. Y cuando pudo, lo hizo. Ataques foribundos, sin base lógica (fuera de toda consideración para Johnny) y con las únicas intenciones de darlo todo en la carretera fuera del banco de peces. Así corre Johnny Hoogerland y con esa premisa pedalearon en su primera Gran Vuelta, la española de ese 2009 con inicio en su país de origen.
La leyenda de Johnny comenzó en la decimotercera etapa de la Vuelta. El final en el Alto de Aitana, con victoria de Damiano, supuso el primer paso para el fenómeno Johnny Hoogerland, paradigma del Piradismo y fuente de insipiración de una corriente que cada día gana má adeptos. Qué más dará en qué posición llegara, si lo hizo tras dejarlo todo y con un look estremecedor y apocalíptico. Semanas más tarde, durante el Giro di Lombardía y mientras se ascendía su cota más conocida, la Madonna del Ghisallo, la figura del joven neerlandés pasó de promesa a la veracidad más absoluta de que estábamos ante un tipo muy grande para el ciclismo. Porque, no nos engañemos, tipos como Johnny Hoogerland, con ramalazos geniales a puñados durante cada temporada, hacen falta unos cuantos. Menos que en el Vacansoleil hay unos cuantos.
Consumida la escapada del día, el de Yerseke atacó maillot abierto y ese habitual culotte a mitad de muslo y calcetines a tercio de pantorrilla. Un clásico ya. Alegría en un principio, porque quería mover el árbol ya a esa distancia de la meta, éxtasis unos segundos después. En su camiseta interior llevaba un mensaje dedicado a Frank Vandenbroucke, fallecido en Senegal cinco días antes. Hoogerland quedó quinto aquel día a 8 segundos del vencedor, Philippe Gilbert. En su ataque gastó fuerzas, las cuales podrían haberle sido muy útiles kilómetros más tarde. Qué más dará, otra vez, si consiguió que todo el mundo viera lo que ponía en su camiseta. ¿Se puede ser más genial?
Lo cierto es que muchas veces se le ha acusado de no ganar. Y es verdad; Johnny no gana mucho. De hecho su última victoria es la antes mencionada en la Driedaagse van West Vlaanderen, una 2.1 con Kevin Ista y Jens Mouris como compañeros de podium. Como aficionado, no como Director, claro, cada vez que le veo arrancar ya siento una carrera viva. Es lo que nos regala Hoogerland cada vez que se pone un dorsal -más de 100 veces durante este 2011-.
Hace unos meses, durante el Tour, camino de Saint Flour, un coche de la televisión francesa se cruzó en el camino de Joan Antoni Flecha, compañero de escapada de Sandy Casar, Luis León Sánchez, Titi Voeckler y Johnny Hoogerland. Todos sabemos qué ocurrió un instante después. Esas imágenes no se olvidan. Lo que tampoco olvidamos es que Johnny llegó a la meta. Tampoco olvidamos sus lágrimas en el podium. Y menos lo que hizo los días sucesivos; atacar sin mirar atrás. Dando espectáculo. Sufriendo. Llegando a meta y terminando el Tour. ¿Que por qué queremos tanto a Johnny Hoogerland? Porque Johnny es ciclismo.
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