Día gris de verano en Bruselas. Llueve y hace fresco. Los ciclistas del Tour tienen por delante 200 kilómetros atravesando el corazón de Valonia hasta llegar a Spa, los últimos 100 en un infinito sube y baja tan típico de las clásicas ardenesas de finales de abril, la Flecha Valona y la Lieja-Bastoña-Lieja. Un escenario propicio para corredores valientes y potentes en un terreno vetado a los sprinters por su dureza y desechado por los peces gordos de la general pensando en desafíos todavía lejanos. Un escenario perfecto para un enorme ciclista como Sylvain Chavanel, que ha encontrado una merecedísima gloria en un día en que el pelotón del Tour ha vuelto a protagonizar otro episodio bochornoso, evidenciando una vez más una falta de competitividad y amor propio inaceptable en un deporte como el ciclismo.

La etapa pudo ser espectácular y decisiva para el devenir del Tour, sobretodo cuando en el estrechísimo y mojado asfalto del descenso de la Côte de Stockeu se produjeron varias caídas que afectaron a varios de los favoritos al triunfo final, especialmente a los hermanos Schleck, pero también a Armstrong y a Contador, pero terminó en un lamentable pacto de no-agresión entre el grueso del pelotón. La carrera salió diezmada en pequeños grupos de esa bajada pero ante el caos, los ciclistas optaron por parar y esperar hasta el reagrupamiento general de todos los damnificados. Es el mal del ciclismo moderno, apenas hay iniciativa ni capacidad de improvisación, lo que conduce a situaciones tan surrealistas y lamentables en el que se mata toda competición hasta el punto de no esprintar ni por los preciados puntos del maillot verde.

Es mejor hablar de los pocos nombres salvables del día: Chavanel y sus siete acompañantes en la fuga, su compañero Pineau, primer líder de la montaña, Roelandts, Lloyd, Burghardt, Turgot, Taaramae y Gavazzi, que se batieron sin descanso en las cotas aun sabiendo que el pelotón les pisaba los talones, hasta que la mayor fuerza del francés del Quick Step se terminó imponiendo. Lo que no sabían es que varios favoritos se caerían y el pelotón decidiría pararse. No deja de ser significativo que el día del plante gane un ciclista como Chavanel, que siempre lucha por muy difícil que lo tenga. El éxito hay que perseguirlo.

(Foto: © Roberto Bettini)

Y es que precisamente en la Lieja-Bastoña-Lieja fue dónde se cayó hace poco más de dos meses Chavanel, fracturándose el cráneo, lo que a priori descartaba su presencia en el Tour. Era un revés más en el annus horribilis del corredor galo, aquejado desde principios de temporada de distintos problemas físicos que le habían impedido brillar en las clásicas, sus carreras preferidas. Pero Chavanel, tipo duro como pocos, no se rindió y se recuperó a tiempo para disputar la Vuelta a Suiza y poder presentarse al Tour con el rodaje suficiente para afrontarlo con garantías. Rápidamente ha encontrado su recompensa. Segunda etapa en nueve Tours y primer maillot amarillo. Un botín que empieza a hacer justicia a un corredor que año tras año demuestra que no hace falta ser el mesías que los franceses llevan tanto tiempo esperando para ser un ciclista más que notable al que merecerá la pena recordar por su bravura cuando termine su carrera profesional.

Jordi Martínez