El año pasado sobre estas fechas David Vilares nos hablaba de los grandes nombres en la historia de los Mundiales, los únicos en los en las 77 ediciones disputadas hasta el día de hoy han podido enfundarse el arcobaleno hasta en tres ocasiones, a saber, Alfredo Binda, Rik I Van Steenberg, Eddy Mercxk y Óscar Freire.

El Mundial es una carrera muy caprichosa. Si unos encontraron en esta bellísima carrera el pasaporte hacia el Olimpo ciclista, a algunos de los mejores ciclistas de la historia año tras año se les negó la gloria eterna cada vez que acudían a la llamada del arcoiris. Hablamos, siguiendo un orden cronológico, de Bartali, Anquetil, De Vlaeminck, Kelly, Indurain y Zabel.

Gino Bartali. Siendo un joven precoz que con 21 años vestía su primera maglia tricolore, pronto le llegó la oportunidad de conocer los Mundiales en Berna, en un día de frío y lluvia de 1936 en el que finalizó séptimo entre los nueve hombres que cruzaron la meta. Tras haber ganado un Tour (1938) y dos Giro (1936 y 1937) afrontaba la temporada 1939 como un ciclista más que consagrado, pero en un año en que se mostró pletórico al imponerse en la Milán-San Remo y el Giro de Lombardía se topó con el que iba a ser el gran obstáculo en su carrera deportiva, la inestabilidad política reinante en Europa. El Mundial no fue disputado entre 1939 y 1945, mientras que Giro (1941 – 1945) y Tour (1940 – 1947) corrieron la misma fortuna, privándonos así de un ciclista de leyenda.

En el retorno de los Mundiales, en 1946 no pudo luchar por la victoria y no fue hasta Valkenburg’48 que volvió a ser de la partida en el que probablemente sea uno de los Mundiales más escabrosos de los azzurri, y eso que hay para escribir un libro. Coppi y Bartali, Bartali y Coppi los dos eran los grandes dominadores del ciclismo en Italia y en Europa, pero en uno de esos episodios difícilmente explicables entre dos grandes compañeros, uno y otro se dedicaron a correr contra el otro privándose mutuamente de la victoria. A partir de ese momento la carrera de Bartali quedó a la sombra de Coppi, y no pudo volver a levantar los brazos en el Giro o el Tour, en un Monumento y tampoco en el Mundial. Y es que pese a intentarlo en Moorslede’50 (no finalizó) y Varese’51 (no pudo entrar en el corte), Gino veía como sus oportunidades se agotaban, siendo su última participación en Luxemburgo’52 donde se mostró muy combativo con repetidos ataques pero no pudo evitar el sprint donde como siempre no tendría opciones de disputar la victoria acabando así con sus opciones de vestir el arcobaleno y privando a un corredor de leyenda de la gloria merecida.

Jacques Anquetil. Si bien Mounsier Chrono fue durante toda su carrera un gran dominador de las Vueltas por etapas, ya fuesen las de tres semanas (5 Tour, 2 Giro y 1 Vuelta) o las de una semana (5 París-Niza, 1 Dauphiné-Libéré, 1 Volta a Catalunya y 1 Itzulia ) siempre quedará ese pequeño borrón en su palmarés, el de las grandes carreras de un día. Asiduo en sus primeros años a la Milán-San Remo, la París-Roubaix y el Giro de Lombardía rara era la vez que acababa en un Top10 y no fue hasta que pudo tomar la partida en la Doyenne en 1966 con 32 años que sumó su único Monumento.

Sin embargo, a lo largo de la temporada ciclista había una prueba de un día -Chrono des Nations aparte- que siempre sacaba a relucir lo mejor del francés, el Mundial. Desde que corrió por primera vez en 1954 con sólo 20 años en Solingen y se codeó con Bobet, Schär, Gaul, Gismondi y Coppi acabando en 5ª posición empezó lo que sería su eterna búsqueda de l’arc-en-ciel. Acumuló puestos de honor pero rara vez llegaba al final de carrera con opciones de victoria, en Warengem’57 un grupo se jugaría el triunfo a poca distancia del pelotón, pero sería él quien lo cerrase en 6ª posición, al igual que en Berna’61, donde fue 13º entre los 14 hombres comandados por Van Looy; estuvo cerca también en Sallanches’64, pero en aquella ocasión el grupo que cerró era el que acechaba a escasos 6″ a Janssen, Adorni y Poulidor. Y llegó Adenau’66, en el circuito de Nürburgring, cuando tras más de siete horas de carrera en meta se iban a jugar la victoria Poulidor, Altig y Anquetil, pero el alemán pudo con los franceses y privó del triunfo a Maître Jacques que se llevó una amarga plata en la única edición que realmente tuvo opciones de llevarse el triunfo, ya que tras aquella ocasión desperdiciada frente Altig nunca más volvería a tener a tiro la carrera que año a año hacía olvidar su vueltomanía.

Roger de Vlaeminck. Al Gitano le contemplan los cinco Monumentos: tres Milán-San Remo, una Liège-Bastogne-Liège, dos Giro de Lombardía, récord histórico con cuatro París-Roubaix y una Ronde van Vlaanderen, para conseguir el pentágono, en 1977 y haciendo doblete con París-Roubaix. Su palmarés lo adornan dos Het Volk, una París-Bruselas, una Flecha Valona, una E3, dos Nacionales de Bélgica y dos Mundiales de Ciclocross.

Resulta extraño que un corredor capaz de ganar en cualquier terreno nunca se enfundase el regenboogtrui, más todavía cuando no fue un ciclista del que se pudiese decir que no tuviese punch. En Zolder’69 con 22 años hizo debut entrando en el grupo que se jugó el bronce, mientras que en Leicester’70 entró en el gran grupo tras unos pocos ciclistas comandados por Jempi Monèrè. A esas dos primeras actuaciones siguieron algunas donde nunca pudo optar a la victoria, hasta que en Mettet (Valonia) logró su única medalla tras encabezar un grupo de diez corredores que entró en meta 15” más tarde de que lo hiciese Hennie Kuiper. A partir de entonces, más y más sinsabores, siempre cerca pero a la vez siempre lejos sin poder siquiera luchar por una carrera que siempre le dio la espalda y que pese a luchar por ella año tras año, llegado el momento decisivo nunca tuvo opciones reales de hacerse con el preciado maillot. Pero el Mundial escribe su propia historia y ni siquiera alguien que posee la eternidad de haber vencido en San Remo, Flandes, Roubaix, Lieja y Lombardía está a salvo de engordar su lista de vencidos.

Sean Kelly. Uno de los grandes corredores de la historia, el gran clasicómano de los 80 que ganó una Vuelta pero al que siempre le quedaba un paso para ganar un Tour, el no-belga que pudo ganar los cinco Monumentos y que luchó hasta el fin de su carrera por ganar De Ronde.

También el Mundial preparaba una historia para él. Tras unos primeros años en que demostraba potencial pero siempre acababa lejos de la victoria, Sean Kelly todavía era un ciclista que a los 26 años sólo había demostrado buenas maneras en las GT con victorias en Tour y Vuelta, pero que no había conseguido ningún gran resultado en las grandes pruebas de un día. Hasta que llegó Goodwood’82, donde tras haberlo peleado durante toda la prueba llegó al uphill final en el grupo cabecero, pero una vez allí y pese a haber sido siempre un buen llegador sólo pudo lograr un bronce ante el demoledor final de Giuseppe Saronni y Greg Lemond. Continuó luchando por uno de los pocos éxitos que le quedaban por lograr, consiguiendo algunos puestos de honor acabando en un grupos perseguidores que llegaban sin opciones de victoria como en Alternhein’82 o llegando en grupos numerosos, como en Colorado’86 o Villach’87, hasta que en Chambéry’89 tuvo su última y gran oportunidad, llegando a meta junto a Lemond, Konyshev, Rooks, Claveyrolat y Fignon no pudo pasar de la tercera posición, mientras que en Utsonomiya’90 se repitió la historia de años anteriores, cuando llegando en un grupo numeroso no tuvo opción de victoria. En los últimos años de su carrera, siguió su lucha infatigable por el arcoiris, pero la edad empezaba a hacer mella y pese a ser todavía capaz de lograr en 1991 con 37 años un Giro de Lombardía, su noveno Monumento, como los muros de Flandes, el Mundial se le resistió y King Kelly acabó sin corona.

Miguel Indurain. Pese a contar con cinco Tour y dos Giro, en la carrera de Miguelón hay varias lagunas. Probablemente la más conocida de ellas sea la falta de una Vuelta a España, pero más allá del gran público al que durante la primera mitad de los 90s consiguió enganchar al televisor cada tarde de verano existen también otros dos hitos que el navarro no consiguió. Un Monumento y un Mundial en ruta.

Sus primeros pasos en esta prueba no fueron fáciles, ya que pese a que el primer año entró en el segundo pelotón a 40”, los dos siguientes no lograría acabar la prueba, mientras que en Utsonomiya’90 acabó en el grupo que se disputaba el bronce, pero lejos de la medalla. No fue hasta Stuttgart’91 que tendría su primera opción de victoria, llegando en un grupo con Bugno, Rooks y Mejía, tuvo que contentarse con el bronce. Miguel tenía claro que quería un Mundial y la siguiente oportunidad que tuvo fue en España, en Benidorm, donde entró en el grupo de cabeza pero en el sprint poco tuvo que hacer ante gente de la talla de Bugno o Jalabert. Ya con tres Tours y dos Giros se presentó a Oslo’93 como un candidato a la victoria y la carrera le puso en disposición de pelear por ella, pero en un grupo reducido un desconocido Lance Armstrong fue más listo que el resto y se llevó el triunfo por delante del grupo comandado por Indurain, una plata amarga a la que seguiría otra mucho más dulce, la conseguida en Duitama’95, en el Mundial ganado por Abraham Olano con la rueda pinchada en el que Indurain se dedicó a controlar a un inquieto Pantani y a Gianetti para luego batirles en meta y conseguir un doblete endulzado más si cabe con el oro en crono, que nunca fue consuelo por retirarse sin el Mundial que tanto había ansiado.

Erik Zabel. Él fue el eterno vert del Tour, el gran dominador de las llegadas masivas a finales del sXX y principios del sXXI. Pero Zabel fue mucho más de lo que sus seis maillots de la regularidad del Tour, e incluso sus cuatro Milán-San Remo, puedan dar a entender. Totalmente contrapuesto a los culogordos que hoy abundan, Zabel fue el sprinter que no se contentaba con disputar sólo las volattas, él quería ir más allá, quería ser grande en los adoquines y también en las cotas. Sin embargo su historia con los Mundiales no empezó hasta que cumplió la treintena, demasiado tarde.

Su debut fue en Lisboa’01, donde una punta de velocidad que conservaba en su práctica totalidad y un circuito sin demasiada dificultad le hacían claro candidato a la victoria, pero Freire y un sprint en que las fuerzas le flaquearon le privaron del triunfo. Tuvo otra oportunidad en Zolder’02, un Mundial muy recordado este año por su poca dureza en que los sprinters puros serían los protagonistas, pero allí el mejor Cipollini y el treno italiano pudieron con él y tuvo que contentarse con el bronce. Había dejado pasar dos buenas opciones pero no se daba por vencido, ni siquiera en las cotas canadienses de Hamilton’03 donde era imposible ante corredores mucho más ligeros que él. En Verona’04 volvía a disputarse la prueba sobre un recorrido que se le adaptaba mejor, pero por media bicicleta Freire sería el que se llevaría el arcoíris, y él esta vez la plata. No iría tan bien en Madrid’05 donde para sorpresa de todos ni siquiera estaba en el grupo que se jugaría la victoria al sprint, pero en Salzburgo’06, corte español mediante, se jugó el oro contra Bettini y Valverde, había perdido ya punta de velocidad y el punch del italiano pudo con él, otra plata, la última, ya que Stuttgar’07 y Varese’08 no sirvieron sino para constatar que el gran Erik Zabel se retiraría sin su Mundial.

Seis ciclistas distintos, seis leyendas de la bicicleta a los que se les negó la gloria, el Mundial ha sido, es y será una carrera muy traicionera, que pese a querer sólo grandes nombres en su palmarés, ser un gran nombre no te asegura figurar en su palmarés y que ha forjado su leyenda privando a algunos de los más grandes. La historia continúa escribiéndose y son varias las leyendas en activo que no pueden desperdiciar oportunidades para en unos años no ingresar en este selecto grupo de reyes sin corona.