Clasicómanos de super-élite, ciclistas de época, palmareses estratosféricos, ciclistas de ambición desmedida. Pese a todos los puntos en común que se pueden encontrar en las figuras de Philippe Gilbert y Fabian Cancellara, probablemente no haya habido dos grandes especialistas de las mejores pruebas de un día de morfología tan diferente que hayan sido contemporáneos entre sí. Uno de potencia explosiva irresistible, de un cambio de ritmo sostenido insoportable para el resto, de rodar en solitario mejorado pero aun irregular desde esa chepa algo antiestética que forma su espalda. Otro de rodar machacón, sin importar quilometraje, rivales o situación de carrera, ritmo sostenido allá dónde parece imposible marcar diferencias, cuando la carretera más llanea, más peligroso es Espartaco.
- Gilbert y Cancellara se cruzaron en Flandes esta primavera. Siendo los dos más fuertes de la prueba, sus tácticas opuestas no dieron lugar a ningún duelo directo entre ambos. Ninguno ganó.
En realidad sí que ha habido duelos entre figurones contrapuestos, pero raramente chocaron entre sí. Y si lo hicieron fue de forma desigual, en un terreno no-neutral. Es el caso más reciente de las incursiones de Bettini en Flandes, por ejemplo, terreno abonado a los corpachones flamencos de Van Petegem o Boonen más que al pequeño y explosivo Grillo. Es natural, pues, aguardar con una enorme expectación un duelo por todo lo alto entre el belga y el suizo. Ambos llevan ya un tiempo -más Fabian que Philippe- en la más absoluta de las élites, habiendo dotado a su figura de una especie de invulnerabilidad en su terreno que pide a gritos dar paso a otras aventuras, afrontar nuevos retos.
Desde sus tremendas prestaciones en circuitos más aptos para escaladores de perfil vueltómano que para potentes clasicómanos como los de Beijing o Mendrisio, se especula con la posibilidad que Cancellara pueda asaltar con ciertas garantías ese reto barrado para todo no belga, no forjado en ese edén de las carreras de un día que es el país partido en dos. Solo tres auténticas leyendas como Rik II Van Looy, El Caníbal Merckx o El Gitano de Vlaeminck -el último en conseguirlo tras ganar su única Ronde, en 1977- lo consiguieron, todos en tiempos ya pretéritos, que quedan ya lejos en este ciclismo de preparaciones ultra-específicas y días de competición limitados. Tras arrasar en Flandes y Roubaix en 2010 con triunfo y en 2011 con derrota, parece evidente que ha llegado el momento para Espartaco de probar si puede con la empresa. En otoño no hay nada en riesgo, nada que perder, y sí mucho que ganar. Hay que intentarlo. Está Lombardía, quizá el más difícil para sus más de 80 kilos, y antes está el Mundial. Vestir la iridata más allá de las cronos.
Pese a mostrar con orgullo la bandera de campeón belga en su maillot, como buen valón que es, Philippe Gilbert también sueña desde hace tiempo con el arc-en-ciel. Sobretodo desde que Gilbert es Gilbert, más o menos desde ese otoño espectacular de 2009. Este año su dominio ya adquirido tintes hasta cómicos, pero él llega al Mundial quitándose responsabilidad. Es un recorrido blando, a priori para sprinters. Ese es el problema. En su horizonte no está tan claro llegar al pentágono soñado, pero su dominio casi ridiculizante de toda prueba que cuyo recorrido sea quebrado -sin llegar a la alta montaña- hace pensar también en otros retos. Y es que aunque solo haya triunfado en Lieja y Lombardía, hace tiempo que Gilbert ronda las posiciones de privilegio en San Remo y Flandes. El camino hacia el velódromo de Roubaix parece de momento cerrado para él, pues carece de terreno dónde explotar su cambio de ritmo, pero nada se puede descartar en un ciclista de su talla si antes cumple con el resto de puntos de peregrinaje hacia la eternidad.
Pero volvamos al principio, antes de todas estas cábalas, de trasladar su talento hacia el terreno rival, llega Copenhague con su circuito de escaso desnivel, propicio para velocistas. Ninguno de los dos lo es. Aunque ambos sean veloces. Sin ser el terreno ideal de ninguno de los dos, pero con más ganas que nunca de enfundarse el arcoiris, la capital danesa puede ser el escenario perfecto para un duelo en la cumbre. El primero por todo lo alto entre dos campeones a los que hay ganas de ver enfrentados, pues apenas se han cruzado de refilón, en duelos desiguales. ¿Quién es mejor? La especialización del ciclismo suele dificultar este tipo de razonamientos, pero la neutralidad de Copenhague puede ser un buen escenario para decantar la balanza. O por lo menos para servir de trampolín hacia otros duelos, quizá reales, quizá virtuales, en la carrera para llegar a un hipotético pero histórico pentágono.