El final de la primera semana de Giro presentaba un terreno totalmente diferente al visto hasta ahora, con la aparición de la media montaña, el sterrato y el primer final en alto.
El viernes, camino de Marina di Carrara, famosa localidad de la costa toscana conocida por sus espectáculares canteras de mármol, se ascendían los primeros puertos considerables como tal del Giro. Passo del Bratello y Spolverina, ambos de segunda categoría, además de la subida final a Bedizzano, de tercera, hacían prever una etapa nerviosa. Pero Liquigas tenía otros planes, controlar a un ritmo medio que no se marchara nadie importante y que la fuga de la jornada se disputase la victoria de etapa. Así fue. La sorpresa residió en que solo fueron dos ciclistas los integrantes de la escapada, Matthew Lloyd y Rubens Bertogliati, que consiguieron una cómoda ventaja para jugarse el triunfo en la parte final. El aussie, más escalador y más fuerte, llevó el peso de la ascensión a Spolverina y lanzó su ataque final en Bedizzano, sin que el suizo de Lugano pudiera responder. El duro tránsito por Holanda y la cronosquadre han minado las fuerzas de los ciclistas más pronto de lo habitual y se nota. Lloyd, buen ciclista que hasta el año pasado era de los pocos fieles lugartenientes que tenía Evans, ha aprovechado pronto su nueva libertad para conseguir un triunfo que le hace justícia a su categoría como ciclista.
Al día siguiente vino lo gordo. Espectáculo total. Etapa épica dónde las haya, que recordó a ciclismo de tiempos préteritos que actualmente disfrutamos con cuenta gotas. Seguramente por ello cuando se da, se disfruta tantísimo. El sábado en la etapa hacia Montalcino, uno de esos pueblecitos levantados sobre una colina tan típicos del centro de Italia que el Giro y las carreras italianas nos encargan de recordar año a año, los ciclistas fueron héroes, todos. No hubo lugar para el conservadurismo o el cálculo medido de esfuerzos, fue un sálvese quién pueda que solo animaba a tirar para delante, sin más. Sobre las verdes y preciosas colinas que amueblan el corazón de la Toscana hizo aparición la gota fría y convirtió el sterrato, los caminos de tierra que han hecho popular en muy poco tiempo la Montepaschi Strade Bianche, en un barrizal. Ciclistas empapados y embarrados hasta arriba, frotándose los ojos para ver algo en aquel mar de barro.

Evans, ganador en Montalcino
Por si estos ingredientes fueran pocos, los ciclistas pusieron de su parte. El Acqua & Sapone de Garzelli puso un ritmo alto en el pelotón a 40 kilómetros de meta, más de 10 antes de entrar en el barro, seleccionando el grupo e introduciendo un nerviosismo extra que terminó con una caída del líder. A partir de ahí, el caos. El pelotón termina de romperse, ciclistas en solitario o en pequeños grupos, sin saber si se quedan o atacan. Ataque de Garzelli, Vinokourov y Gerdemann se van con él. Por detrás Evans, maillot arco iris más sucio pero más brillante de los últimos tiempos, tiraba con todo de otro grupito. Nibali empieza a remontar y se encuentra con su compañero Basso, al que espera en más de una ocasión, confirmando la verdadera bicefalía de Liquigas, pierden minuto y medio que serán dos en meta, adiós al rosa. Sastre muestra debilidad y se queda por detrás, le caerán más de 5 minutos al final, ¿adiós al Giro? Al mismo tiempo, Scarponi, afectado por la misma caída que el líder, inicia una remontada espectácular en solitario que le llevará a la octava posición final, únicamente por detrás de los integrantes de la selección final: Vinokourov, Evans, Cunego, Pinotti, Arroyo, Garzelli y el ciclocrossman francés Gadret, con los dos últimos perdiendo algo de comba en las últimas rampas de la ascensión al Poggio Civitella, mitad barro, mitad asfalto.
El desenlace hizo honor a lo que fue la etapa. Evans se puso en cabeza bajo la pancarta del último kilómetro y sin mirar para atrás se puso a tirar sin que nadie le pudiese pasar hasta la meta. Un brillante Cunego, recuperado para el ciclismo de máximo nivel, fue segundo y Vinokourov, tercero, recuperó el Rosa. Pinotti y Arroyo, convidados de excepción, revelaciones del día, entraron con lo justo, casi sin poder esprintar, como todos los que vinieron por detrás suyo. Día que queda para el recuerdo.
Ayer domingo, sin tregua alguna, primera toma de contacto con la alta montaña en el final del Terminillo, ya habitual en su época reciente a ser aperitivo y no postre como en sus orígenes. El pelotón se lo tomó con una lógica tranquilidad hasta que se formó una fuga numerosa con varios escaladores con mucho tiempo perdido en la general a los que la Lampre, reanimada por el gran Cunego de la víspera, no les dejó marchar demasiado lejos. Pero el esfuerzo titánico de la épica del sábado tenía que pagarse y cuando por delante el danés Sorensen, escalador tan notable como sufridor, desató las hostilidades y logró finalmente marcharse por delante, su ventaja no se redujo como esperaban en el pelotón, logrando una gran victoria en la cima. Por detrás, fuegos de artificio. Ataques de Scarponi, Garzelli y Cunego entre los importantes que enseñaron una igualdad extrema entre los favoritos, quizá también producto de una necesidad de calma, de tregua, después de una primera semana trepidante. Una vez más falló Sastre, que se dejó un minutito más con los mejores y tendrá que replantearse la carrera y seguramente su escasa preparación.
El Giro continua sin descanso hoy su camino, en una semana que debería servir como transición para los favoritos hasta la aparición el fin de semana del mítico Grappa el sábado y el terrible Zoncolan el domingo.
Jordi Martínez.