
(Foto © Andrew Sides)
El 2014 de Peter Sagan se resumió camino de Nancy. En la séptima etapa del Tour de Francia, cuyo perfil casi estaba escrito en eslovaco, el nuevo sempiterno maillot verde, en una crisis de confianza, se movía nervioso sobre la bici. En la última cota de la etapa, muy cerca de la meta, saltó Greg Van Avermaet y Sagan, por si acaso, le cogió la rueda.
El movimiento no iba a llegar lejos si había un poco de organización en el grupo. Sagan había salido del pelotón porque sabía que su equipo, Cannondale, no tenía músculo para pasearle hasta el sprint. Pero también por la ansiedad de necesitar victorias grandes: un ciclista tan grande como él solo sumaba tres victorias en el World Tour a esas alturas de temporada, siete en total.
El gran grupo, del que tiró Omega Pharma-Quickstep, capturó como era previsible a Sagan y Van Avermaet, pero el eslovaco parecía en buena posición para el sprint, no demasiado desgastado. Matteo Trentin, un ciclista que gana poco pero lo selecciona muy bien –tiene cara de vencedor del arcoíris por sorpresa–, lanzó la llegada pronto y Sagan le fue robando metros poco a poco hasta la línea de meta.
Tras cruzarla, ambos casi en paralelo, Trentin le dio una palmada entre la simpatía y la compasión a Sagan. En ese momento ellos dos eran los únicos que sabían que el italiano había ganado la etapa. La foto finish lo hizo público un poco después. Sagan, que subiría una vez más al podio a vestirse el maillot verde, sumaba otra etapa más del Tour sin ganar. Siguió subiendo a besar a las azafatas hasta llegar a París, pero nunca tras haber levantado los brazos. Se había convertido en un ciclista regular, en el sentido amplio de la palabra.
Sagan tampoco ganó después del Tour, incluidas una Vuelta a España casi anónima y un Mundial indigno (43º). Tras Ponferrada, hizo las maletas y se fue de vacaciones. Unas cuantas semanas antes ya había anunciado que en 2015 la margarita deshojada le llevaba al Tinkoff-Saxo.
“Quizá este cambio de equipos era lo que necesitaba”, declaró Sagan hace unos días a La Gazzetta dello Sport. “Una oportunidad de volver a empezar”. Tras cuatro años en la élite, Sagan todavía no ha ganado ningún monumento, pese a que se daba por hecho, desde su irrupción, que lo lograría de manera instantánea.
Desde 2012 es el máximo favorito para ganar en San Remo y ha tenido que ver que ciclistas peores que él, como Ciolek y Kristoff, le superaban casi en la barrera de los 300 kilómetros. En 2013 libró un duelo de altura con Fabian Cancellara en Flandes, pero el suizo le derrotó de la misma forma que a Tom Boonen antes.
Aquella De Ronde, sin embargo, hacía ser muy optimista con Sagan, caído frente a uno de los mejores ciclistas de la historia del pavés, y que para colmo, todavía en su mejor momento, le sacaba nueve años de edad. Todo lo que hacía Sagan en las piedras daba para elevar las expectativas, porque ya hasta había aprendido a ganar en solitario, a lo grande. Pero 2014 ha sido un importante retroceso para él.
Palo en las clásicas
Sagan cayó con dureza en San Remo y Flandes. En la primavera, fue décimo al sprint de un grupo de tamaño casi perfecto para él. Le superaron, entre otros, Zdenek Stybar, Sacha Modolo, Sonny Colbrelli, Juanjo Lobato y Ben Swift. El décimo es el peor puesto de Sagan en San Remo desde su año de debut.
Unos días después resucitó en Harelbeke, venciendo la carrera y amenazando a sus rivales para Flandes. Pero allí Sagan se abrió de piernas cuando la carrera se endureció y fue 16º, a 1:25 de Cancellara. Su mejor puesto en los monumentos fue el sexto en Paris-Roubaix, una carrera que había rechazado en las dos temporadas anteriores.
Hasta ahí su temporada no había sido magnífica para sus estándares, pero sí correcta. Desde la primavera fue otro ciclista, uno que en lugar de arrasar en Suiza y California como acostumbraba, salió de allí con una etapa por carrera, un resultado bueno para cualquiera que no se llame Peter Sagan. Él estaba acostumbrado a otras cosas.
Era la primera vez que iba al Tour y no ganaba una etapa. La primera vez que ganaba solo tres veces en el World Tour desde su año de debut en la categoría. La primera vez que no hacía dos vueltas grandes y, pese a eso, se iba sin victorias. La primera vez que hacía tan mal el sprint de San Remo. Entre enero, febrero y marzo de 2013 había ganado tantas veces como en 2014 entero.

Foto © Sean Rowe
Entonces no lo sabíamos, pero tal vez al fenómeno eslovaco se le había agotado la motivación tras la primavera. “Cambiaría al menos uno de los tres maillots verdes por una victoria en una gran clásica”, dijo después a la Gazzetta. “Tengo que empezar a ganar las grandes clásicas y, al mismo tiempo, seguir divirtiéndome sobre la bicicleta”. El eslovaco casi imberbe, de pelo rapado como un recluta y que bromeaba con el culo de las azafatas en el podio, se ha hecho un paladar exquisito: ya solo le valen las grandes victorias.
Su traspaso al Tinkoff-Saxo es inequívoco. Si su objetivo fuese convertirse en un velocista de cuatro victorias por gran vuelta, no se habría ido al equipo que tiene a uno de los tres mejores vueltómanos del pelotón. Sagan no tendrá a un equipo que trabaje para él en las carreras de tres semanas, pero además tal vez se tenga que sacrificar por Contador en los días malos. Las mismas fugas que le valen para rapiñar puntos del vert las tendrá que utilizar para asistir al español más adelante; incluso, en el peor de los casos, tendrá que despedirse de ellas.
A Sagan parece que eso no le importa demasiado con tal de avanzar en las clásicas. El equipo de Riis, en el fondo, fue el mismo en el que Cancellara empezó a ganar en primavera. El suizo también había llegado desde Italia (Mapei y Fassa Bortolo) y ganó su primer monumento (Paris-Roubaix) con 25 años. Tom Boonen, aunque tenía 24, lo hizo en el año 2005, en el que cumplía también los 25.
La edad precisa para ganar monumentos
Peter Sagan hará 25 años en el próximo mes de enero, algo que a veces se olvida. Es cierto que maduró pronto, que sus primeras victorias en el World Tour llegaron con 20 años, algo extremadamente inusual, y que parece más cerca de su techo que otros grandes nombres de los últimos tiempos. Pero no es nada extraño que necesite algo más de tiempo antes de ganar monumentos. Para el éxito en una gran clásica se necesita mucha fuerza, mucha calidad, un poco de suerte y una más que buena lectura de carrera. La experiencia potencia esta última cualidad, imprescindible cuando, como le sucede a Sagan, eres la rueda a vigilar porque eres el más rápido.
El Tinkoff-Saxo no va a tener un súperequipo para el pavés, como por otro lado nunca lo tuvo Cancellara durante sus años allí. CSC y Saxo Bank nunca fueron Quickstep. Sagan sí que tendrá varios escuderos de cierta fiabilidad, como Breschel, Bodnar y Bennatti. Y se ha enrolado en el que probablemente sea el proyecto deportivo más ambicioso del ciclismo actual, lo que debe significar progresión en el futuro.
El equipo, además, tiene la misma visión que el ciclista. “Sagan debe tener ya, a estas alturas otras ambiciones. Ha sido tres veces maillot verde del Tour, ganando etapas y sin ganarlas. Creo que ya no tiene nada que demostrar ahí y sí mirar otras metas que puede lograr”, dijo Patxi Vila, recién firmado dentro de la dirección técnica del Tinkoff-Saxo, en una entrevista en Marca.
Vila es uno de los últimos incorporados al equipo, junto a Sean Yates y Bobby Julich, dos nombres exSky, y el exciclista Nicki Sörensen. Nadie va a presentar a estas alturas la megalomanía de Tinkov, que quiere ser el propietario del mejor equipo ciclista del mundo y no va a escatimar en nada para lograrlo.
Peter Sagan es una figura crucial en ese proceso. Cancellara y Boonen afrontarán la próxima primavera con 34 años, y ambos han dejado algún síntoma de decadencia. Sagan, con 25, lidera la generación que debe empezar a conquistar las clásicas, y lo tiene que hacer ya. El eslovaco necesitaba reiniciarse antes del año más importante de su carrera.