Desde su creación a mediados de los ’90 el conjunto Mapei -y más adelante Quick Step- siempre destacó por la facilidad que tenía de conseguir victorias, muchas de ellas de nivel, allí donde compitiesen. Tener en sus filas a estrellas máximas del panorama ciclista como Tony Rominger, Johan Museeuw, Frank Vandenbroucke, Paolo Bettini, Óscar Freire o Tom Boonen acompañados de otros grandes corredores como Gianluca Bortolami, Franco Ballerini, Andrea Tafi, Tom Steels, Oscar Camenzind o Michele Bartoli hacía que la labor de conseguir triunfos siempre fuese mucho más fácil y al final de cada temporada el equipo acabase siendo uno de los más laureados de todo el pelotón.
Cierto es que con la marcha de Mapei y el paso de Quick Step como patrocinador principal, aquel 2003 fue un año difícil, en el que un joven Michael Rogers y un consolidado Paolo Bettini que ganó su segunda Copa del Mundo tuvieron que tirar de galones para dar al equipo la presencia que hasta ese momento siempre había tenido sobre el asfalto, y es que sobre las piedras ya se venía anunciando un relevo generacional con Johan Museeuw que daba sus últimos zarpazos siendo el último reducto del Dream Team del pavé decidido a entregar el testigo a Tom Boonen y Nick Nuyens.
Pero fue la temporada siguiente cuando el equipo se reencontró con la cotidianidad de los besos de las azafatas. Tom Boonen se hacía mayor a pasos agigantados y dio un paso al frente, sumando una veintena de victorias entre las que destacaban E3, Gante-Wevelgem y dos etapas del Tour de Francia, Campos Elíseos incluídos; su potencial como clasicómano y sprinter era realmente esperanzador. Paolo Bettini y Michael Rogers continuaban dando al equipo victorias de calidad como Tirreno-Adriático y la tercera Copa del Mundo consecutiva y el Mundial Contrarreloj respectivamente.
Llegó entonces 2005, el primer gran año de Boonen, cuando con todavía 25 años, el genio de Mol encadenó en quince días E3, Ronde van Vlaanderen y Paris-Roubaix, para tras dos triunfos más en el Tour, ganar el Mundial en Ruta de Madrid, una temporada que le aupaba a la historia y que eclipsó totalmente buenas actuaciones de Paolo Bettini y Filippo Pozzato que cualquier otra temporada hubieran resultado meritorias.
A partir de entonces llegaron unos años en los que el equipo se volcaba en las grandes citas en Bettini y sobre todo, en Boonen. Y es que a inicios de 2006 era el mejor en las piedras y en el sprint, y con el maillot arcobaleno Tommeke arrancó la temporada como un ciclón, arrasando en Paris-Nice y metiendo miedo a sus rivales hasta tal nivel de cara a la Classicissima, que casi pareció que regalaba la victoria a Pippo Pozzato para luego revalidar E3 y De Ronde, aunque un soberbio Cancellara y un paso a nivel le dejarían sin su segundo Infierno del Norte. Su temporada casi acabó allí, pero entonces le tomaría el relevo Il Grillo, que en una segunda mitad de año excepcional se hizo con el Nazionale, el Mundial en Ruta y, completamente encendido tras la muerte pocos días antes de su hermano, el Giro de Lombardía.
Tras dos temporadas estratosféricas, 2007 fue una temporada plagada de victorias, aunque únicamente Paolo Bettini estuvo a la altura de años anteriores revalidando el Mundial y luchando por etapas en Giro y Vuelta -sólo consiguió una en la Vuelta- mientras que Boonen, con un sabor amargo tras una temporada de clásicas lejos de las anteriores se pudo resarcir gracias al maillot verde del Tour. Los jóvenes Giovanni Visconti y el malogrado Wouter Weylandt empezaban a conseguir triunfos y parecían destinados a dar el salto de calidad que el equipo necesitaba.
La siguiente temporada 2008 se vio marcada por la llegada, vistiendo la driekleur, de Stijn Devolder, a quien como bienvenida un Boonen que seguía sumando victorias al mismo ritmo que años atrás regaló el Tour de Flandes, haciéndose la semana siguiente con París-Roubaix. Wouter Weylandt y Gert Steegmans sumaban para el equipo, mientras Paolo Bettini, en su último año como profesional centraba su temporada con intención de conseguir su tercer Mundial y tras su marcha dejaría en las clásicas de cotas un vacío que el equipo aún no ha sido capaz de llenar.

foto: cyclingweekly.co.uk
Se llegaba a 2009, un año que sin todavía saberlo fue el último en que el equipo fue uno de los grandes del pelotón. La llegada más sonada de aquel año fue la de Sylvain Chavanel que cuajó una sensacional Paris-Nice acompañada de una etapa, mientras que en la campaña del Norte, se repitió la historia del año anterior, en que Boonen era el más fuerte pero cedía a Devolder la victoria en De Ronde para ganar después París-Roubaix. La temporada se cerró con la victoria de Carlos Barredo en la Clásica de San Sebastián.
Y ya en 2010 empezó el declive. Encontrarse con Cancellara sobre las piedras privó al equipo de cualquier triunfo y por primera vez, la campaña de adoquines acababa sin victorias. Sin embargo el equipo se rehízo gracias a las victorias en las grandes vueltas, y dos triunfos de Weylandt y Pineau en el Giro, dos de Chavanel en el Tour y el de Barredo en la Vuelta consiguieron dar a la escuadra la notoriedad que perdían con la baja de Boonen por lesión.
La temporada 2011 empezaba con la ilusión de recuperar el cetro de las piedras perdido, y la llegada de nuevas caras y nuevos propietarios que debían dar al equipo un cambio de aires que lo recondujese a la senda de años anteriores.