El suizo consigue su tercer monumento en una carrera que pasará a la historia por su excepcional ascensión del Kappelmuur, la dificultad más mítica de la carrera

Así se escribe la historia, sobre los lugares trascendentales que en ciclismo separan a los corredores buenos de los que tienen un lugar reservado en el Olimpo ciclista. Desde las 9.15 de la mañana, fría y húmeda, cuando el grueso del pelotón partía desde Brujas en busca de los 260 kilómetros que le separaba de la meta en Meerbeke, se tenía la constancia de que el Kappelmuur decidiría, como es casi normal fiel a la carrera, quién podría o no ganar De Ronde van Vlaanderen. Antes de ello, la escapada del día, formada por Michele Merlo (Footon-Servetto), Mickael Ignatiev (Katusha), Olivier Bonnaire (BBox), David Boucher (Landbouwkrediet), Nicolas Rousseau (AG2R), Joost van Leijen (Vacansoleil), Floris Goesinnen (Skil-Shimano) y Vicente Garcia Acosta (Caisse d’Epargne), tomaban una ventaja de más de 10 minutos durante el terreno más asequible de la carrera, para luego perderla mientras se sucedían los muros que jalonaban una de las carreras más esperadas del año.

Saxo Bank, con Team Sky en segundas instancias, mantenía el liderazgo del pelotón demostrando solidez y tranquilidad mientras se sucedían los primeros muros. En la tremenda sucesión que en apenas 10 km afrontaron los ciclistas con Oude Kwaremont, Paterberg y Koppenberg, se seleccionaba la carrera y dejaba a los escapados a merced de la voluntad de un pelotón que se resquebrajaba en el momento de afrontar los mencionados muros. Encabezado el grupo por un fortísimo Matti Breschel, a quien vigilaba Tom Boonen y a quien fielmente seguía el apostre vencedor, Fabian Cancellara, el goteo de descolgados se hacía constante hasta el punto de dejar el pelotón cabecero en unas 10 unidades y dónde, quizás por un descuido táctico, sólo faltaba Philippe Gilbert.

La sucesión de los muros Steenbbekdries, Taaienberg y Eikenberg reagrupaba un grupo que, potenciado por los condicionantes históricos que se le prevían a la carrera, ofreció el Molenberg como primer gran instante para el recuerdo a unos 50 kilómetros para el final. Los problemas mecáninos de Matti Breschel, quizás el más fuerte tras Cancellara y Boonen, dejaban a los pupilos de Rijs con una opción menos en carrera. La incertidumbre apretó lo suficiente como para que en el mencionado muro, como sólo los grandes corredores lo hacen, la mejor defensa no pudiera venir de otra táctica que no fuera una ofensiva. El genio suizo puso marcheta, un ritmo que a duras penas pudo seguir el campeonísimo flandrien Tom Boonen, que fatigado por el increíble esfuerzo que suponía seguir la contundencia de Cancellara sobre el adoquín no dudó en comenzar a dar relevos cuando las fuerzas se lo permitieron.

Así, la carrera planteó la batalla de los dos mejores y más fuertes contra un grupo de corredores donde se encontraban Gilbert, Leukemans, Millar, Hoste, Langeveld o Flecha, entre otros, que buscaron en la coordinación una opción para dar caza a dos ciclistas que desde el momento de distanciarse en el Molenberg sabían que quienes se jugarían la carrera serían ellos. No fue necesario hablar, a 50 km de meta la colaboración y el hambre de victoria y de historia les hicieron pedalear muro tras muro hasta llegar a los pies de la dificultad que daría el ganador de la carrera; el Kappelmuur (Muro de la Capilla). El lugar donde la pasión de un país por un deporte y unos deportistas alcanza su máxima expresión.

Sobre los adoquines del Kappelmuur, en un mano a mano antológico, Fabian Cancellara, ayudado por el duelo con un gran corredor y mejor rival y concienciado de que es en ese lugar donde los mejores habían escrito la historia, realizó, si no la más excepcional, una de las ascensiones más inapelables dejando a un Boonen que se sabía inferior, pero que en ningún momento se dio por vencido. Una vez coronado el muro que preside la capilla más conocida del mundo del ciclismo, Cancellara confirmó lo que la exhaltación previa había indicado; la carrera estaba sentenciada. Los kilómetros finales dieron las razones de por qué, tanto Boonen como Cancellara, son dos grandísimos corredores. Uno en su lucha por hacer historia y ser el primer no belga en conseguir los cinco Monumentos (tras Merckx, Van Looy y De Vlaeminck), y el otro por demostrar en los últimos metros de su carrera fetiche que el amor y respeto que le tiene a este deporte es una virtud carente en un pelotón que guarda en esta carrera las reminiscencias de un pasado que siempre fue más épico y heroico.

El primero de los mortales, tercero en el podium de Meerbeke, Philippe Gilbert, escribió su nombre en la historia de una carrera que será recordada por el descomunal despliegue de un corredor que, desde sus inicios en Mapei Spoirs y Fassa Bortolo, por su carácter y aptitudes, estaba considerado como un talento inigualable. Fabian Cancellara, en el primer domingo de abril de 2010, ha seguido escribiendo sobre los adoquines de Flandes una historia que no completará hasta conseguir los dos Monumentos que faltan en su palmarés y que los quiere, la Lieja-Bastoña-Lieja y el Giro de Lombardía.

Javier Cepedano