Viajaba el bueno de De Gendt a varios minutos -más de seis- de Joaquín Rodríguez, maglia rosa al inicio -y final- del día. El pelotón tomaba la salida sabiendo los líderes y favoritos que tenían ante sí la última oportunidad de dar un vuelco a la clasificación general del Giro en su penúltimo día. El mismo Rodríguez, Ryder Hesjedal, Michele Scarponi, Ivan Basso o Rigoberto Urán tenían la absoluta obligación de ser ofensivos, de buscar las cosquillas a sus rivales para o bien avanzar alguna posición o bien confirmar un pódium o bien conquistar la maglia de líder a un día del final del Giro d’Italia o bien darle más dignidad a una participación apocada.
El ciclismo es ‘reservón’. Muchas veces incluso reaccionario. Pocas son las veces que uno apuesta todo a una carta, sabiendo incluso que hoy, con el sistema de puntos, solo puntúan en una Gran Vuelta los mejores. Algunos prefieren quedarse con premios tan secundarios como olvidados. No Thomas De Gendt. Ascendiendo el Mortirolo, cumbre mítica donde las haya, cumbre con el nombre de uno de los más grandes de la historia, Marco Pantani, el belga buscó sus opciones con el objetivo de abrir hueco y ver qué posibilidades tendría más tarde. Terminado el día incluso afirmó no saber muy bien sus intenciones. Pero si no buscas no encuentras. El llano y posterior falso-llano ascendente entre éste y el siguiente puerto dejaban a aquél con la duda.
Tras algunos ataques e intentos de peseta, tanto De Gendt como Matteo Carrara, que ‘venía’ de la fuga, consiguieron unas decenas de metros coronando el Mortirolo. En el descenso y posterior llano, el gran trabajo del italiano y del belga, en primera persona también, hizo que las decenas añadieran un cero a su construcción y se convirtieran en centenas. De Gendt, que no había conseguido destacar ni dejarse ver en todo el Giro, en el que siempre había ido a remolque y al que un inesperado pinchazo le había relegado varios puestos unos días atrás, incrementaba su ventaja con el grupo de supuestos líderes. Nadie, en primera instancia, quiso asumir dicho rol. Ni siquiera el portador de la maglia rosa.
A ritmo De Gendt fue soltando a sus compañeros (y aliados) de aventura; Ion Izagirre, Oliver Zaugg, José Sepra, Damiano Cunego o Mikel Nieve fueron sucumbiendo al ritmo del belga. Los nervios de Hesjedal, dispuesto a aprovechar una oportunidad única, consiguieron poner orden en un grupo del que tiraba su compañero Christian Vande Velde. Cuanto éste hubo roto, el canadiense, viendo la actitud del líder Rodríguez, asumió el papel de líder de la carrera y tras unos kilómetros dubitativo empezó a tirar con todo tras ver que De Gendt -y sus condiciones de croner- cogía unos cinco minutos a unos siete mil metros para la meta.
Una ventaja táctica estuvo cerca de poner patas arriba la primera Gran Vuelta del año en un lugar de mitos y recuerdos. De Gendt consiguió mantener la suficiente ventaja para vencer en meta, rodeado de nieve, y aunque acarició el rosa dejó ‘a tiro de crono’ el tercer puesto del cajón. Bélgica conseguía su primer pódium, un día más tarde, en una ronda de tres semanas tras 17 años y, de paso, batía la esperanza de poder tener, al fin, un vueltómano de garantías. El trabajo y el tiempo dirá si De Gendt puede o no asumir tal rol, pero por el camino nos regaló un momento de quilates que bien vale un lugar destacado en nuestro análisis de la temporada. Lo bueno, si es pirado, es dos veces bueno.
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