La tradición del ciclismo la marca el Viejo Continente. Europa ha sido, y es, la tradición y la historia más pura del ciclismo. Se entiende por los grandes campeones, equipos y carreras más conocidas y esperadas de nuestro deporte. Milano – Sanremo. De Ronde van Vlaanderen. Paris – Roubaix. Amstel Gold Race. Liège – Bastogne – Liège. Italia. Francia. Bélgica. Países Bajos. La UCI, gerente del ciclismo, abre negocio. Sabe que hay mercado mucho más allá de ‘nuestras’ fronteras y ha iniciado, con Pat McQuaid como máximo dirigente, un proceso de apertura mucho más acusado en los últimos años. Es bueno para el ciclismo.

Pero esta apertura no es nueva. Empezó hace años; en 1974, por ejemplo, con la celebración del Mundial de Ciclismo en Montréal -que ganó Eddy Merckx-. También en 1977 yéndose hasta San Cristóbal (Venezuela) o, más tarde, en el 86, hasta Colorado Springs (Estados Unidos). Allí ganaron ‘Cecco’ Moser primero, en Canadá, y Moreno Argentin después, en tierras norteamericanas. En Utsunomiya, Japón, en 1990, también se repetería la tendencia; destino ‘exótico’, vencedor clásico. Clásico, pero no ‘conocido’.

El circuito que presentó la organización japonesa daba lugar a los mejores. Greg Lemond. Gianni Bugno. Claude Criquelion. Sean Kelly. Solo una cota, Kogashi, bastante dura, la cual tendrían que ascender un total de 18 veces para recorrer 261 kilómetros. El calor, más de 30 grados, y la humedad serían protagonistas de un Mundial que obligaba a la aclimatación. Italia viajó a Japón dos semanas antes del día de la carrera. El resto de equipos, sin embargo, decidieron viajar justo antes de ella. Bélgica no. Ellos, dirigidos por Eddy Merckx, llegaron a Utsunomiya -donde hoy, y desde 1992, se celebra la Japan Cup- con las cosas claras; volar cinco días antes e ir aclimatando el cuerpo obligando a los corredores a levantarse a las 4 de la mañana los primeros días. Así hasta el día de la prueba en ruta.

La cita empezó dura; una veintena de corredores se escapaban. Bélgica, demostrando que se habían adaptado bien a las condiciones de Utsunomiya, metieron a un joven Johan Bruyneel en la escapada, así como a Peter De Clerq y Dirk De Wolf. Italia forzó el ritmo, y les dio caza, pero ante el ataque del noruego Otto Lauritzen, a dos vueltas del final, De Wolf respondió, quedándose solo hasta que Rudy Dhaenens se le uniera por detrás. Ambos belgas, ambos compañeros de equipo en el PDM, ambos muy amigos. De Wolf, el carácter. Dhaenens, la tranquilidad. Los dos hicieron camino junto con Alberto Leanizbarrutia (España) y Martial Gayant (Francia). A una vuelta para el final, pasando por la meta, conservaban casi 40″ de ventaja.

El último paso por Kogashi, a unos 8 kilómetros de la meta, dejaba a los belgas en cabeza. Leanizbarrutia y Stephen Hodges (Australia), que había conseguido enlazar, perdían contacto pronto, y solo Gayant era capaz de seguir la estela de los dos belgas en el descenso de la cota de la prefectura de Tochigi. En el grupo Italia había dejado de tirar; no querían que Greg Lemond se terminara aprovechando de su trabajo, además que no tenían claro quién debía trabajar, si Claudio Chiapucci, Maurizio Fondriest o Gianni Bugno.

La falta de entendimiento, y el que sí existía entre De Wolf y Dhaenens, amigos y compañeros, les hizo conservar un buen puñado de segundos, mientras por detrás Gayant era cazado a tres de meta y ‘Perico’ Delgado lo intentaba sin éxito. Al sprint, picando hacia arriba, Dhaenens, un tercer o cuarto espada en la selección de Merckx, que sabía que corría para Criquelion, se llevaba la victoria ante un resignado, pero feliz, De Wolf. Al fin y al cabo, el de Aalst había trabajado durante más de 200 kilómetros y fue clave para que la pareja de belgas mantuviera la distancia sobre un grupo de 19 corredores encabezado por Gianni Bugno, bronce en Utsunomiya.

Rudy Dhaenens, un aceptable clasicómano de piedras -con buenos puestos tanto en Paris-Roubaix como en el Tour de Flandes-, que hasta ese 2 de septiembre no contaba con más de 8 victorias como profesional -siendo la más representativa una etapa del Tour de Francia del ’86-, ponía así su nombre coloreado en arcoiris. Un arcobaleno, sin duda, de los más desconocidos y con peor palmarés que se recuerde, incluso por debajo de Harm Ottenbros o Igor Astarloa.

Tras su aventura nipona, Rudy volvió a Flandes para aprovechar su arcoiris; se llevó los critériums de Tongeren, Beernem y Oostrozebeke. También le valió para cambiar de equipo, con un buen contrato mediante, y llegar al Panasonic – Sportlife de Fondriest o Eddy Planckaert. Nada más empezar el año, en plena temporada de pista, consiguió llevarse un triunfo en los Seis Días de Amberes. Tras esto; nada. Dhaenens no volvió a ganar ni una sola carrera profesional en todo 1991… ni en el resto de su carrera. En aquel invierno, preparando la temporada de 1992, se le detectó un problema cardíaco que le obligó a retirarse. Encontró acomodo en el PDM como asesor técnico, manteniéndose ligado al ciclismo hasta un 6 de abril de 1998. A la altura de Aalst, de donde era su buen amigo De Wolf, un accidente de tráfico se llevó la vida de Dhaenens, que viajaba camino de Meerbeke para ver el final de De Ronde van Vlaanderen. Tenía 36 años.

Es por la historia de Dhaenens, o por otras como la de Jempi Monsere, que el arcoiris tiene algo que le hace maldito. Al menos, los que se interesen por esta historia, la de un desconocido que encontró la gloria, aunque fuera por un día, a miles y miles de kilómetros de casa, recordarán en la celebración de Rudy Dhaenens la felicidad de quien consigue algo sin esperarlo. Merecido y eterno. Colocado, cronológicamente, entre Greg Lemond y Gianni Bugno. Ese es el lugar de Rudy. Lo encontró en Utsunomiya gracias a De Wolf; ‘él ganó tanto como yo’, dijo al terminar la carrera.

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