Esta tarde en Oudenaarde se ha coronado a un nuevo rey, a partir de hoy junto a los nombres míticos de Achiel Buysse, Fiorenzo Magni, Eric Leman y Johan Museeuw aparece el de Tom Boonen. No ha sido la edición más bonita, no ha tenido la épica de otras ocasiones, ni siquiera ha sido el más fuerte de la carrera, pero Tom Boonen, seis años después, ha ganado su tercera Ronde van Vlaanderen.
Todo empezó en 2002 en Paris-Roubaix, la carrera por la que George Hincapie siempre había suspirado, el norteamericano se fue al suelo y un chaval de veintiún años se quedaba como líder absoluto de US Postal. Acabó tercero detrás de su ídolo de juventud Johan Museeuw, que con aquella victoria se convertía en el ciclista con más Monumentos adoquinados, tres en Flandes y tres en el Velódromo, justo la marca que hoy ha igualado Tommeke.
Pero mucho ha llovido desde aquella lluviosa tarde de abril en el norte de Francia. El chaval surgido de la nada fue haciéndose mayor, cada día que pasaba era mejor clasicómano y mejor sprinter y los resultados así lo demostraban con victorias en la Gent-Wevelgem, el E3 Prijs de Harelbeke o etapas en el Tour de Francia. Su ídolo Johan Museeuw había colgado la bicicleta y sería a él a quien la siempre sabia afición flamenca elegiría como sucesor; el nombre Tom Boonen estaba destinado a grabarse para siempre en la historia del ciclismo.
Y lo hizo en 2005 en letras de oro al conseguir con veinticuatro años el doblete Ronde van Vlaanderen y Paris-Roubaix, la perfección para cualquier clasicómano que sin embargo tendría su gran culminación. En Madrid, en el Mundial de ciclismo en ruta, en un circuito suave Tom Boonen se proclamó campeón del mundo; a su manera, gracias uno de esos sprints agónicos a los que tanto rendimiento ha sacado durante toda su carrera. Era el mejor ciclista del momento. La vida le sonreía, era joven y triunfador, abandonó Balen y se instaló en Mónaco.
No pareció que el cambio de vida le hubiese ido mal. Continuaba siendo el mejor, capaz incluso de regalarle una Milano-Sanremo a su compañero Filippo Pozzato justo antes de repetir victoria en Meerbeke luciendo un impoluto arcoíris, ni siquiera el incidente del tren camino de Roubaix parecía importar. Los adoquines continuaban siendo su territorio, pero tras dos años triunfales, 2007 fue un año aciago en el que victorias en clásicas menores no maquillaron quedarse lejos de la lucha por los Monumentos, pero sin embargo pudo endulzarlo con el maillot vert del Tour. Sin que nadie lo supiese su vida entraba en una peligrosa espiral donde el alcohol y las drogas jugarían un papel determinante. Dos años consecutivos se repetiría el mismo patrón, siendo el más fuerte en De Ronde la victoria acabaría siendo para su compañero de equipo Stijn Devolder, mientras que a él le correspondería la victoria en el Velódromo de Roubaix; hubiesen sido dos meses de abril fantásticos tanto para él como para su equipo QuickStep de no ser por sendos borrones en forma de positivos por cocaína. Su vida privada era una montaña rusa, pero continuaba siendo un grande de los adoquines.
Hasta que con treinta años, en el mejor momento de la carrera de un deportista se llevó uno de los palos más duros de su vida profesional. En un duelo legendario que será recordado durante años, Fabian Cancellara le destrozó en el Muur y Boonen tuvo que cederle el cetro de dominador de las piedras en un año en que por primera vez desde 2003 no conseguía ninguna victoria sobre los adoquines y las lesiones le obligaban a acabar la temporada poco después de ver como Cancellara ganaba su segundo pedrusco. Si su vida había sido una montaña rusa los años anteriores en aquel momento era puro caos. La juventud había acabado para él, su cuerpo ya no aguantaba los excesos, no conseguía volver al tono físico de temporadas anteriores, las lesiones se cebaban con él y por mucho que consiguiese ganar la Gent-Wevelgem, en 2011 tocó fondo, incluso parecía dudosa su continuidad en el equipo de Patrick Lefevere.
Fue necesario caer a lo más bajo para levantar la cabeza. Dejó Mónaco, volvió con su novia de toda la vida, se recuperó bien de los problemas de rodilla que aquejaba de años anteriores y nuevamente se centró en la bicicleta. Todo el sufrimiento, todas las miserias han acabado hoy en Oudenaarde. Con treinta y dos años Tom Boonen ya es una leyenda del ciclismo y lo tiene todo en sus piernas y en su cabeza para -empezando por el domingo en Paris-Roubaix- acabar convirtiéndose en el ciclista más grande de la historia de las clásicas adoquinadas.
Mito.