Son días difíciles para los más sacrificados. La UCI, en un aparente continuo esfuerzo por alejar al ciclismo de algunas de sus señas de identidad, con su Ranking de Mérito, evidenciando una falta de estrategia y sentido común preocupante, pero no sorprendente, está limitando los posibles de los que trabajan por y para los compañeros de ganarse el respeto y el apoyo de su propio deporte. Hoy, ser gregario no es lo más agradable. No sumas puntos. No vales más allá de lo intangible, cuestión principal en la historia del ciclismo y ahora denostada por sus propios rectores. Lo que se transmite es que, con puntos, tu valor es mayor, y esto es algo difícil de digerir en un deporte donde el sacrifico es máximo y donde la gloria solo al alcanza uno de cada doscientos.
José Vicente García Acosta, Txente, navarro nacido en San Sebastián, que ha guardado y guardará dos columnas por piernas, ha sido uno de los grandes gregarios de nuestro tiempo. Ha sido el Capitán del actual Movistar Team, antes Caisse d´Epargne y en los orígenes del tafallés en el profesionalismo, 1995, Banesto. Y lo ha sido con la autoridad moral que le han ido dando tanto José Miguel Echávarri y Eusebio Unzue, como todos los grandes líderes a los cuales les ha quitado durante miles de kilómetros el viento y les ha entregado otros tantos miles de bidones. Seguro que si le preguntan a Miguel Induráin, Abraham Olano, Alex Zülle, Denis Menchov o Alejandro Valverde, cuál es el mejor gregario con el que han corrido, el primero que se les venga a la cabeza, a varios de ellos el nombre de Txente les vendría rápidamente. No es para menos. 17 temporadas en la élite para una participación total en 27 Grandes Vueltas entre Tour (1997-2008) y Vuelta (1997-2011).
No son muchos los días en los que un gregario, por mucha talla que tenga, y Txente la tenía, alcanza la gloria. García Acosta no lo hizo ni en una decena de veces. Y los kilómetros recorridos, para tan poca victoria, son signo inequívoco de sacrificio por y para los compañeros. Y no solo en la pedalada se ve ese sacrificio, sino también en la decisión. Txente tenía madera, piernas, casta y ganas para poder haberlo probrado al menos en el adoquinado de Nord-Pas-de-Calais. Y no lo hizo porque para él y para sus directores, asistir en Tour y Vuelta al líder de turno era poco menos que el centímetro que falta para una victoria o el relevo necesario para salvar una situación adversa. En muchos casos esta idea seguro que se ha hecho real. Lo que pasas que, al contrario que las victorias, no se puede demostrar.
En el Tour de 2000, el de la segunda victoria de Lance Armstrong, Banesto acudía a la crono inicial en Futuroscope con Zülle como líder, asistido por Mancebo, Baranowski, Odriozola, Arrieta, el Chaba, Rodrigues y Piepoli, además de Txente. Entre la crono por equipos de Saint-Nazaire, y los primeros días de alta montaña, el primero con final en Hautacam, el del gran momento de Javier Otxoa venciendo en la cumbre pirenaica, y el final en el Mont Ventoux en el día del absurdo plácet de Armstrong con Marco Pantani, el líder de los navarros, Alex Zülle, fue perdiendo irremisiblemente tiempo hasta quedar a más de 10 minutos del líder, el tejano, y a casi cinco del podium, entonces ocupado por Jan Ullrich y Joseba Beloki. En estos casos, cuando un líder pierde consistencia a medida que le caen los minutos, es en los que los gregarios pueden aprovechar y buscar su oportunidad. No se recordarán muchos ataques del tafallés, pero el que realizó en las carreteras próximas a la Provenza sí que se recuerda.
En el decimotercer día de carrera, entre Avignon y Draguignan, se formó una escapada, permitida por el pelotón debido a la exigencia de los días previos, donde pedaleaban juntos Andreu (USPS), Nicolas Jalabert (O.N.C.E.), McEwen (Farm Frites), Hervé (Polti), Elli (Telekom), Agnolutto (Ag2R), Morin (Crédit Agricole), Trentin (Vini Caldirola), Simon (Bonjour), Wauters (Rabobank), Heulot (FDJ), el que iniciara la escapada, Rous (Bonjour), y nuestro ya añorado García Acosta. Fue a 52 kilómetros de la meta cuando el de Tafalla rompiera el grupo, consciente del potencial de tipos como McEwen, llevándose consigo a dos de los franceses del grupo; el pequeño -y peor- de los Jalabert y a Hervé. La decimotercera etapa del Tour de Francia de 2000, entre, como anotamos, Avignon y Draguignan se corría en un soleado 14 de julio. Tal día concluyen los Sanfermines con el Pobre de mí. Entonces un navarro y dos franceses, en el día nacional del país vecino, se jugarían el triunfo que para ellos bien valdría una Misa.
Como sabiendo que esa oportunidad sería la última en aquel Tour que podría disfrutar, habiendo desperdiciado en Villeneuve-sur-Lot otra fuga, donde resultara vencedor Erik Dekker (Rabobank), con esas dos columnas que mencionamo, a zapatazo limpio y sin mirar atrás, Txente atacó a 12 kilómetros de meta para poder disfrutar a solas en la meta de la localidad del Var durante un último kilómetro que no olvidará jamás. A unos segundos, Jalabert y Hervé. Casi a un minuto, Trentin y Heulot. A 10 minutos, el pelotón encabezado por Erik Zabel y Roman Vainsteins. Un día que no será recordado por muchos, que no guarda la brillantez ni la épica de otros, pero que es uno de los ejemplos perfectos de que hasta los más sacrificados y solidarios tienen sus momentos. Txente lo tuvo y lo guardará para siempre junto con su amor por el ciclismo. Que lo disfrute, tanto eso como los triunfos de sus líderes. ¡Qué también son suyos!
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