En la entrada a Castelló de la Plana desde la costa hay una señal conmemorando su hermanamiento con Châtellerault. Pocos vínculos más debe tener esta comuna francesa, situada a medio camino entre Nantes y Limoges, de poco más de treinta mil habitantes con España, pero sorprendentemente los hay. Sylvain Chavanel, uno de sus hijos más reconocidos exteriormente, los tiene. Y es que su abuelo, de padres oscenses, era de Barcelona y durante la guerra civil emigró allí. Casualidades.

Nacido en 1979, Sylvain pronto se aficiona al ciclismo, a la vez que Greg Lemond y Miguel Induráin dominan el Tour de Francia, y junto al resto de sus hermanos empieza a competir, primero a nivel escolar y más adelante en el equipo ciclista local. Sus éxitos alertaron a Jean-Renè Bernaudeau, quien desde entonces ha sido uno de los grandes cazatalentos galos, y que fijó sus ojos en él.

Fue, como en tantos otros casos, el golpe de suerte que un corredor joven necesita. Bajo su apadrinamiento corrió el Tour del Porvenir de 1999 antes de dar el salto al profesionalismo de la mano de su valedor al nuevo equipo que éste quería formar. Bonjour se presentó en su primera temporada como un equipo que aglutinaba jóvenes y veteranos con la intención de conseguir resultados a la vez que formar corredores.

Ya en su primer año obtuvo resultados realmente meritorios que le reportaron una segunda oportunidad de participar en el Tour del Porvenir, donde consiguió el maillot de la montaña. Pero más allá de resultados o puestos dejó las sensaciones de un ciclista todoterreno, con un olfato innato para meterse en fugas, batallador y buen contrarrelojista, además de un rodar francamente estético que reflejaba su clase sobre la bicicleta. Así, cuando la temporada agonizaba consiguió sus logros del año, una victoria de etapa en el Circuito Franco-Belga y una fuga de más de 200km en la París-Tours que pese que le hizo acabar desfondado lejos del ganador, le sirvió como presentación en sociedad.

Sin duda había sido un año que muchos debutantes hubieran firmado y que bien valió su continuidad en un equipo, que viendo su potencial le dio la oportunidad de crecer a la vez de descubrir cuál era su mejor escenario. Por eso aquel año disputó París-Niza, Critérium Internacional, Gante-Wevelgem, París-Roubaix y Tour de Francia. Casi nada para un ciclista de apenas veintidós años, que además, continuaba fiel a sus señas de identidad. Por tercer año disputó el Tour del Porvenir, y se produjo un punto de inflexión en su carrera. Aquel año llegaba siendo un corredor sólido, mucho más maduro que durante las ediciones anteriores, y acabó tercero a apenas nueve segundos del ganador, Denis Menchov. Le valió para disputar el Mundial en ruta de Lisboa.

Se acababan de cumplir quince años de la quinta victoria de Bernard Hinault en el Tour y Francia necesitaba un futuro ganador de le Grand Bouclé como el comer, y las miradas se centraron en Sylvain como antes se habían centrado en tantos otros ciclistas. Pero Sylvain nunca acabó de destacar en ese terreno. De 2002-2005, mientras durase su relación con Bernaudeau siguió con el estilo que ya le caracterizaba y gracias al cual se había ganado ya la admiración de muchos aficionados. Fiel a sí mismo ganó dos veces los Cuatro Días de Dunkerke, el Tour du Haut Var, el Tour de Bélgica, además de conseguir puestos de honor, aunque paradójicamente, sin conseguir victorias parciales por las que tanto suspiraba. Como broche final a aquellos años con su mentor, el campeonato de Francia contrarreloj, pero una espina clavada, el Tour de Francia continuaba dándole la espalda.

Y con su llegada a Cofidis esa relación de amor-odio entre Chavanel y el Tour continuaba y se hizo más patente. Cada vez que Sylvain se acercaba, recibía un revés y sus alegrías se limitaban a buenas actuaciones puntualmente que nunca le reportaron resultados de un nivel que le permitiese dar un paso adelante, aunque poco a poco fue descubriendo un nuevo mundo como era la lucha por carreras de una semana.

Entre 2005 y 2007 parecía que era otro corredor que apuntaba alto pero se había quedado a medio camino, que no había conseguido destacar en las grandes vueltas, ni en las carreras más importantes de una semana, ni en las clásicas, parecía un luchador que parecía haber arrojado la toalla, un amante al que su amada no daba más que calabazas. Otro maillot de campeón de Francia contrarreloj conseguido en 2006 no era premio suficiente.

Pero en 2008 todo cambió. Puede que fuese la victoria en el Tour del Mediterráneo o la segunda plaza en la Volta ao Algarve, o nada de eso, pero lo cierto es que aquella primavera fue un punto de inflexión. Pese a que aquel año en París-Niza se subió el Mont Ventoux, lo cierto es que consiguió su mejor resultado hasta el momento con una novena plaza en la general, habiendo vestido un día el maillot amarillo y con una victoria parcial de mucho caché. Marzo acabó con victorias en A Través de Flandes y la Flecha Brabanzona, que demostraron que también podía volar sobre los adoquines y le armaron de confianza para afrontar el resto de la temporada. Brilló en mayo en la Volta a Catalunya, llevándose una etapa rematando una fuga en solitario y a finales de junio recuperó su trono de campeón francés contrarreloj. Llegaba al Tour pletórico, pero otra vez, pese a ofrecerle lo mejor de él mismo, su amor platónico no le correspondía.

Hasta que camino de los últimos coletazos de la carrera, en el impás entre l’Alpe d’Huez y la crono final, se escapó junto a Jérémy Roy, el pelotón nunca les alcanzó y entre ellos dos se jugaron la etapa. En la meta de Montluçon Chavanel fue más rápido que el ciclista de la Françaisse des Jeux, y pese a que su prematura celebración estuvo cerca de costarle la victoria, ganó.

La historia de amor que había empezado a escribir tanto tiempo atrás había tenido un final feliz, justo el día después de haber anunciado que a final de temporada dejaba el equipo para embarcarse en una nueva aventura en el conjunto Quick Step.