A principios de década el ciclismo francés pasa probablemente por el momento más bajo de su historia. Las secuelas del caso Festina son terribles y grandes figuras que no consiguieron culminar sus aspiraciones de vencer el Tour como Jalabert o Virenque son ya demasiado viejos para volver a intentarlo, caminan hacia su retirada buscando glorias menores que acaben de dar lustre a su gran palmarés. En la madurez practicamente nada, nadie. Solo un talentoso Moncoutié que no consigue trasladar su capacidad escaladora a las montañas del Tour, forjándose fama de taciturno según unos, de ciclista pulcro según otros, para la mayoría, otra eterna promesa. El panorama es desolador. Son ya más de quince años sin ganar el Tour y las perspectivas son peores que nunca, sin ningún candidato reconocible para ello. La opinión pública busca recuperar la fe, la credibilidad de un deporte muy tocado y el ciclismo francés opta por el borrón y cuenta nueva a partir de un valor por encima de todos, el juego limpio. Se dice que el dominio extranjero es producto del dopaje, se instaura la teoría de las dos velocidades en el pelotón, quizá tan cierta como indemostrable, pero creadora de un victimismo también perjudicial a la hora de evaluar las miserias de un país, que aunque seguía produciendo figuras, llevaba sin ganar su carrera desde que Hinault lo hiciera por quinta vez en 1985, trece años sin triunfos hasta el maldito 98.

Así, en 2001, cuando un veteranísimo François Simon consigue el maillot amarillo producto de una numerosísima fuga un dia lluvioso camino de Pontarlier, 35 minutos de diferencia con un pelotón de paseo, se celebra como un gran triunfo. Aunque Armstrong, que ha pasado de admirado por la superación del cáncer a apuntado por la supuesta ventaja deportiva que la medicación para su enfermedad le ha dado, impone su ley en todas las montañas hasta conquistar su tercer Tour. Simon corre en el Bonjour, un equipo nuevo y modesto, creado por Jean-René Bernaudeau, que busca representar el nuevo ciclismo francés y en la defensa de su liderato, llama la atención la presencia del ciclista más joven del Tour, Sylvain Chavanel, a quién se presenta como la gran esperanza de futuro…

El joven ciclista de la Vienne completa un Tour más que meritorio para su edad, trabajando para Simon y llegando hasta Paris en la 65ª posición de la general. Los dos años siguientes confirman su talento, con varias victorias y actuaciones destacadas principalmente en el calendario nacional y también en el Tour luchando en las fugas y terminando entre los 40 primeros de la general. Sin embargo, la progresión de Chavanel no es la esperada, pasan los años y no consigue brillar con los mejores en las montañas y se pierde en la indefinición como ciclista. El lucrativo fichaje por Cofidis, un equipo por entonces caótico, con múltiples clanes, fracturas internas y problemas con el doping de distinta índole, tampoco ayuda. El equipo y él tocan fondo en 2007, con la detención del italiano Moreni en la cima del Aubisque tras dar positivo por testosterona, el conjunto en pleno decide marcharse del Tour.

Chavanel se reencuentra con las ganas de bicicleta en la Vuelta (termina décimosexto en la general) y afronta 2008 como un hombre nuevo, el renacimiento del Chavanel ofensivo y valiente de sus inicios, pero en su madurez física. Su principio de temporada es brillante, con victorias de prestigio como el Tour del Mediterraneo, una etapa de la Paris-Niza (dónde también viste de amarillo) y las semiclásicas belgas Flecha Brabanzona y A través de Flandes. Un brillante todoterreno que confirma su reinvención en el Tour, fugado constantemente, finalmente ganador de etapa en Montluçon, elegido ciclista más combativo de la carrera. Fichaje por el todopoderoso Quick Step que confirma su cambio de mentalidad, brillante en las clásicas y en los inicios de temporada, siempre combativo en el Tour, dónde este año le ha llegado su mayor gloria con dos grandes victorias y sendos maillots amarillos, siempre al ataque, en solitario, sin mirar atrás. Sylvain Chavanel representa a la perfección la evolución, las luces y sombras de esta generación gala que por fin va encontando su redención, con sus grandes exponentes brillando en este Tour, totalizando seis victorias de etapa, algo que no sucedía desde 1997, un año antes de la caída del antiguo regimen.

Tour Chavanel

Aunque bastante diferentes cada uno de ellos, Fédrigo, Voeckler y Casar han tenido evoluciones similares. La excepción es Riblon, algo más joven, proveniente de la pista, routier tardío que sorprendentemente ha encontrado en la montaña su mejor terreno, como confirmó en Ax-3-Domaines.

Escondido tras una apariencia histriónica y algo excesiva en sus gestos hay un ciclista más que notable en Thomas Voeckler. Un alsaciano criado en Martinica, adónde su familia se trasladó para que su padre disfrutase de su pasión por la navegación antes de desaparecer con su barco en pleno océano, y que vive en Vendée, la tierra de su equipo de toda la vida en el profesionalismo en la que se proclamó campeón de Francia en ruta por segunda vez en su carrera el mes pasado. Voeckler era un corredor menos conocido en su amateurismo y llegó a los pros sin demasiada fama. Bernaudeau apostó por él y se lo llevó en su primer año de profesional al Giro y el joven “Titi” fue el único del equipo que terminó la carrera, eso sí, en penúltima posición, a casi tres horas de Simoni. Su gran salto llegó en 2004, ganando el campeonato nacional por primera vez y conquistando el maillot amarillo en una fuga en la primera semana, una prenda que conservó durante 10 días, tras una gran defensa en los Pirineos. Voeckler no es un escalador y nunca ha repetido esa 18ª posición en la general, tampoco es un sprinter, ni un rodador, pero ha sido capaz de aparecer en muchos terrenos, en muchas carreras. Dos victorias de etapa en los dos últimos Tours, este año brillando en el durísimo Balès, doble campeón nacional, múltiples victorias en el calendario francés, buenas actuaciones en el Giro, en las clásicas flamencas y ardenesas, en definitiva, un buen ciclista.

Casar es de todos el que ha estado más cerca de ser un hombre-Tour. Desde su revelación en la Paris-Niza de 2002, segundo con apenas 23 años detrás de un pletórico Vinokourov, fue la gran apuesta de Marc Madiot para la Grande Boucle. El ciclista de Mantes, en el extrarradio parisino, fue poco a poco progresando, ganando etapas de montaña en la Vuelta a Suiza y la Ruta del Sur y terminando décimotercero el Giro de 2003 y décimosexto el Tour de 2004. Pero su progresión no fue más allá. Casar es un ciclista muy luchador, regular y constante, pero no lo suficientemente brillante en la alta montaña para luchar por la general del Tour. Aun así consiguió terminar sexto el Giro de 2006 tras conseguir bastante ventaja en una escapada, en lo que se convirtió en su nuevo modus operandi. Así llegó su primera victoria de etapa en el Tour en 2007, tras caerse al cruzársele un perro cuando iba fugado, fue capaz de reengancharse a la cabeza, atacar y terminar ganando, un ejemplo perfecto de su constancia. Desde entonces, una madurez que le ha permitido firmar notables actuaciones en pruebas de una semana de gran nivel como País Vasco o Romandía y seguir brillando en las fugas de montaña en el Tour, llegando hasta la undécima posición en la general en 2009 y con el colofón de la gran victoria en Saint-Jean de Maurienne tras pasar la Madeleine.

Fédrigo, más escalador, más rápido en los metros finales, más irregular, más frío, despuntó en Crédit Agricole en los Tours del Porvenir, perdiendo en 2002 por apenas un segundo frente a Evgueni Petrov, ganando en el durísimo final de Mende en 2003, pero no consiguió trasladar ese rendimiento a la carrera grande. Finalmente ha encontrado su sitio como reputado cazaetapas en la estructura de Bernaudeau, ya van tres en el Tour, gran ciclista en días sueltos, ganando carreras cortas de mucho nivel como el Critérium Internacional o el Gran Premio de Plouay. Su victoria en Pau es un gran ejemplo de ello, fortísimo en los ascensos al Tourmalet y al Aubisque, sangre fría y mucha potencia para resolver en el final.

Ninguno de los cuatro ha logrado saciar la sed de victoria en el Tour que sigue aumentando para los franceses, pero todos ellos han contribuido a recuperar la autoestima perdida, a abandonar los complejos y poder ilusionarse con el futuro. Quizá los Sicard, Geniez o Pinot que ahora empiezan a despuntar sean los mesías esperados, o quizá no, todavía haya que esperar más. Mientras tanto, pueden seguir disfrutando de la plenitud de una generación de buenos ciclistas que nunca ganarán el Tour.

Jordi Martínez